El Lago de la Vida

Escrito en Nesso, Lago di Como, 1ero de julio de 2022.

Llevo un tiempo preparándome para mis 40 años. Aunque aún me faltan un par, siempre he sido un tipo organizado.

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Los inicios

Recuerdo perfectamente cuando tenía 15 años y esperaba el año 2000. ¡Un gran hito! Recibiría el nuevo milenio con 16 años y me preguntaba cómo sería mi vida de adulto, cuando cumpliría 20. ¡Otro hito de aquellos! Me gustaba tener esa dosis de incertidumbre, pero, a la vez, mi mente iba trazando caminos e hipótesis y mi espíritu se preparaba con una entrega bastante voraz.

A los 15 años yo quería ser escritor y para poder vivir dignamente, planeaba convertirme en diplomático. Era la única fórmula realista para lograr la conjugación anhelada escritura-viajes-seguridad. Así es que empecé por lo que podía hacer a esa edad y publiqué un libro, que me encantó escribir.

Pasaba mis días de colegio muy metido en las clases de letras francesas, filosofía e historia-geografía, mis materias preferidas. Mis tardes eran bastante ocupadas, porque desde los 5 años tuve un mega combo extracurricular de piano, natación e inglés, que hasta el día de hoy agradezco. Los viernes, eso sí, estaban dedicados a mis amigos.

Mi exploración por las artes siempre fue intensa, particularmente en el mundo de la música. A los 15 incursioné en la percusión con unos amigos que se juntaban en mi casa en la que había cajones peruanos, djembés y un piano, de los buenos. Mis amigos traían las guitarras, la melódica y el darbuka. A los 16 ingresé al coro de la universidad de Costa Rica, en piano.

Muchos fines de semana nos íbamos a la playa o a la finca en Copey con mis padres y aún así sacaba tiempo para escribir. Entre los 14 y los 16 años habré escrito unos 50 cuentos, al menos, muy inspirado en mis lecturas del romanticismo y naturalismo francés y en el realismo mágico latinoamericano.

Copey de Dota. Fuente: https://farm9.staticflickr.com/8264/8650831791_b83712476d_o.jpg

En esas épocas también trabajaba en el restaurante de mis padres, como cajero, y en cada segundo libre que tenía, abría mis libros de García Márquez y me perdía de manera infinita en esas historias fascinantes que encontraba fáciles de leer. Cuando terminé mi repertorio pasé a Vargas Llosa y luego a Borges. La pasión por la escritura rivalizaba solo con el amor incomensurable que tenía por la novela como género literario. Pensaba que mi vida la dedicaría a escribir una gran novela, algo así como “En Busca del Tiempo Perdido” de Proust y que los cuentos eran un entrenamiento necesario para ese gran fin.

La novela que más influyó en mi vida adolescente fue “La Fiesta del Chivo” de Vargas Llosa. Me la regalaron mis padres antes de un maravilloso viaje de intercambio a Francia y en el vuelo de Houston a Amsterdam prácticamente no pude despegar mis ojos de las páginas que veía, con algo de desesperación, cómo se iban acabando más rápido de lo previsto. Desde entonces, la novela histórica se convirtió en mi género preferido y me abrió el camino a las ciencias políticas.

La Fiesta del Chivo, el libro que marcó mi adolescencia

Cuando llegó el año 2000, mi hermano había alquilado una casa de playa en Costa Rica junto con su novia de aquel momento y unos días antes del Y2K, me llevó a surfear. Ese día cayó una gran tormenta con rayos y truenos mientras estábamos en el agua y yo me asusté. A él le encantan esas vainas, pero en eso somos opuestos. Frente a mi insolente insistencia, aceptó salir del agua. Mientras caminábamos de regreso a la casa (unos cuantos minutos) la lluvia arreciaba cada vez con mayor ferocidad. Le dije: “hermano, me voy a caer, no veo nada”, para aclarar soy un miope de alta categoría y había dejado mis lentes en casa, con lo que, entre la lluvia y mi ceguera, no atinaba a dar dos pasos coherentes. Muy enojado porque se le había frustrado la clase de surf a su hermanito menor, me dijo en su marcado acento español “no seas mala leche”. Tres pasos más adelante me caí en una zanja y me torcí el pie derecho. Pasé el año nuevo y el resto del verano enyesado, embutiéndome libro tras libro, dándome cuenta de que ni se habían reseteado todas las computadoras del mundo, ni un yeso iba a joderme el primer verano del milenio.

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Los catalizadores

En el penúltimo año de colegio nos visitó un representante de la Embajada de Francia para preguntarnos qué queríamos estudiar y a convencernos que Francia sería un excelente destino para cualquier carrera que elijamos.

Lamentablemente, le cambié un poco los planes al susodicho, cuando le dije que quería estudiar relaciones internacionales. Desde hacía un tiempo ya venía investigando y había encontrado una beca en la UNAM de México. Se lo había comentado al representante del Centro Cultural de México en Costa Rica, que era un asiduo comensal del restaurante de mis padres y en cuyo establecimiento finalmente terminé presentando mi libro de cuentos. Entre un vodka y otro me había asegurado de que una beca sería fácil de obtener para mí.

El funcionario francés inmediatamente adoptó una actitud seria y arrogante y me dijo algo que nunca olvidaré: “La carrera de relaciones internacionales no existe en Francia. Para poder hacer una especialización en relaciones internacionales debes estudiar ciencias políticas y eso se hace en los Institutos de Estudios Políticos que tienen procesos de acceso demasiado difíciles. ¿No te interesaría hacer una clase preparatoria de letras o de filosofía?”.

Inmediatamente me lo tomé personal. Soy algo competitivo, digamos.

Como el programa de estudios en el colegio francés ofrecía una beca de excelencia académica, me dije que no iba a desperdiciar esa oportunidad y hablé con mi primer mentor de la vida, Michel Marchive, mi profesor de filosofía, quien me aseguró que yo sí iba a poder ingresar a la carrera de ciencias políticas en Francia y me ayudó desde ese momento a prepararme para los exámenes de ingreso. Considero que fue un gran mentor, porque realmente a él le hubiese gustado que yo haga lo que recomendó el funcionario, es decir una clase preparatoria de filosofía, pero entendía claramente que cada uno define sus propios caminos.

Los siguientes dos años me los pasé esforzándome mucho para combinar mi pasión con la música, la lectura, la escritura, la necesidad de obtener excelentes notas para poder aplicar a la beca, mi intensa vida social, viajes, actividades extracurriculares y el trabajo, porque siempre trabajé en el restaurante de mis padres, sin morir en el intento.  

Jardin de Sciences-Po, París (fuente foto: Sciences-Po)

Los exámanes del baccalauréat francés estaban repartidos entre el penúltimo y el último año del colegio y las notas que obtuve en la primera tanda fueron realmente motivadoras, con lo que me tomé muy en serio el objetivo de ganar la beca, darle la contraria al funcionario francés que hacía muy mal su trabajo y poder financiar mi vida como escritor una vez que terminase mi carrera de ciencias políticas y la subsecuente añadidura, la famosa maestría de relaciones internacionales, que finalmente sería la que me permitiría postular a la Academia Diplomática del Perú.

El día que me enteré que había ingresado a Sciences-Po, el Instituto de Estudios Políticos de París, y que me iba completamente becado, gracias al gobierno francés, no pude sino sonreirle a mi abuelo, quien en el fondo fue quien movió los hilos del destino para que los caminos sean tan evidentes que no hubiese forma de haber tomado otros. Él había fallecido poco antes. Claro, el guiño de bonus track ya saben para quién iba.

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La validación

Durante los dos primeros años de mi carrera, mi objetivo de vida seguía firme. Cumplí mis 20 años siguiendo la determinación trazada en mis 15. Me fui de intercambio a Buenos Aires a estudiar derecho internacional y otras materias relacionadas con lo que quería conseguir. También me dediqué a escribir asuntos un poco más profundos.

Por esas épocas inicié a redactar mi diario personal, el cual hasta el día de hoy mantengo, y también exploré el surrealismo, de la mano de poetas que marcaron mi juventud como Louis Aragon, Jules Supervielle y sobre todo, los relatos de viaje de Henri Michaux, mi gran referente.

Henri Michaux: Oeuvres récentes

También pensaba en el hilo narrativo de mi novela, que empecé a escribir en varias ocasiones, siempre insatisfecho de sus inicios. Tenía algunos temas claros: viajes, inter-temporalidad, momentos históricos de gran importancia para mí, Francia, Italia, Perú, quizás algún otro espacio geográfico, ciertos personajes. Sabía que me tomaría bastante tiempo. La diplomacia me traería la seguridad necesaria para hacerlo correctamente. Todo bien. Podía respirar y seguir viajando para aprender e inspirarme.

Por esas épocas, a quien me preguntaba por mi futuro, le respondía con certeza: escritura y diplomacia. Quizás alguna columna en un diario cultural y viajes, muchos viajes.

Así, cuando iba terminando mi pregrado y tenía que elegir una maestría, rápidamente apunté a por lo que había ido: relaciones internacionales.

Sin embargo, dos episodios bastante crudos cambiaron, de a pocos, ese camino trazado que venía construyendo por varios años.

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Primer episodio

Durante mi maestría tomé un curso que me abrió la mente de maneras insospechadas: antropología de la guerra, dicatada por el gran historiador francés Stéphane Audoin-Rouzeau. El objetivo del curso era mostrar un punto de vista no-histórico de cómo las personas viven las guerras, entrando en detalles como los tipos de armas utilizados, las formaciones de los soldados, la medicina disponible, las movilizaciones, la vida en la retarguardia y otros temas que no se revisan normalmente desde la perspectiva “histórica”.

El fondo y la forma del curso me cautivaron desde el primer día y tuve un despertar muy profundo de un asunto que no había nunca logrado combatir directamente: la guerra que viví cuando era niño. El momento cumbre de ese triste episodio fue el atentado terrorista de Tarata, ya que yo me encontraba en la calle con mi hermano a pocos metros de los doscientos cincuenta kilos de explosivos que estallaron esa noche de julio de 1992, cuando yo tenía 7 años. Viví la zozobra de los perros degollados, de un tiroteo frente a la casa de mis tíos en Barranco, cuando tuve que tirarme abajo del asiento del carro, de enterarme que los terroristas habían entrado a las casas de la familia en Santa Eulalia, en el campo de Lima – mi sitio seguro – , y habían amenazado a Roberto, nuestro cuidador, y a su familia, así como todas las demás situaciones propias de quienes vivimos en Lima en los años más difíciles de la historia contemporánea del Perú.

Mis años en París: musée Rodin, 2008

En la segunda clase me acerqué al profesor y le conté sobre mi experiencia y le dije que me interesaba escribir mi trabajo final al respecto. Fue la primera vez que enfrenté intelectualmente el episodio más duro de mi infancia y, claramente, uno de los más difíciles de mi vida.

Durante los tres meses que duró la clase investigué, hice un trabajo de memoria exhaustivo, recordé mis pesadillas constantes, mis apariciones de fantasmas y espíritus, mis horas de terapia, mis comportamientos retraidos en clase al llegar a Costa Rica, mis miedos irracionales y descubrí que la herida estaba aún bien abierta.

En ese momento creí haber entendido por qué terminé estudiando ciencias políticas cuando lo que yo quería era ser escritor. No fue una casualidad de la vida. Era un camino que tenía que tomar.

Poco a poco me empecé a interesar un poco más por mi país natal, el Perú, que había dejado a los 8 años y al que solo había regresado de vacaciones. Empecé a revisar y entender qué había pasado para que lleguemos como sociedad a esos niveles tan absurdos de violencia y de terror y creí entender que mi propósito se dibujaba con otras letras, no con las de la vida elegante y tranquila de un diplomático escribiendo novelas al borde de algún lago italiano, sino quizás que me tocaría caminar un poco por las entrañas de los Andes, donde nació toda esta locura, para al menos entender mejor y, ojalá, contribuir en algo a subsanar la irracionalidad prevaleciente.

De todas formas, iba a hacer falta algo más que un muy buen curso para cambiar el rumbo de años de preparación y dedicación para conseguir un objetivo.

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Segundo episodio

El segundo episodio, bastante menos profundo, pero igualmente drástico, ocurrió cuando faltaba un año para terminar mi maestría y me puse a revisar, por enésima vez, los requisitos para ingresar a la Academia Diplomática del Perú.

Haciendo una revisión minuciosa, me entero que la Academia no tenía acuerdo con Sciences-Po, a pesar de ser el centro de educación francés especializado para las relaciones internacionales. Por esas épocas el Perú no tenía convenio de reconocimiento académico con Francia, por lo que cada título tenía sus propias condiciones de revalidación. En el caso de mi maestría en relaciones internacionales, obtenida en la escuela más prestigiosa de Francia en la materia, me tocaba llevar varios cursos en la Universidad Católica del Perú, que tenía convenio con Sciences-Po, lo que me tomaría mínimo un ciclo universitario para obtener nada más y nada menos que una convalidación de licenciatura, es decir un grado inferior al que había obtenido.

Torre Tagle: sede de la Cancillería del Perú, en el centro de Lima. Foto fuente: Wikipedia.

La noticia me cayó realmente como un balde de agua fría, al punto que hice lo imposible por mover mar, cielo y tierra para que la Academia Diplomática del Perú firmase un convenio de reconocimiento con Sciences-Po, lo cual al final, gracias a esa gestión, ¡terminó sucediendo! Aunque el acuerdo no iba a estar listo para la fecha de ingreso a la que había apuntado.

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La yapa

Todo terminó de recomponerse cuando hice mi pasantía de maestría. Ávido por lo que había removido en mí el curso de antropología de la guerra, apunté con todas mis ganas a un retorno al Perú, para vivir algunos meses internado en los Andes peruanos, lo cual conseguí. Me fui a Orcopampa, en la sierra arequipeña, a implementar una metodología de medición de retorno de proyectos sociales de la mano con Buenaventura, una gran empresa minera peruana.

Este primer paso por los Andes peruanos terminó de marcar mi visión. Ciertas cosas se habían removido dentro mío y los caminos trazados con tanta dedicación y anticipación ya no se veían tan certeros. Tenía que sanar internamente, tenía que entender, había mucho más allí que la vida soñada, tantas veces, del escritor diplomático.

Mis años en los pueblos mineros del Perú

Cuando terminé mi maestría cayó repentinamente la crisis financiera de 2008 y el panorama de empleabilidad en Europa se tornó realmente sombrío. Ya venía discutiendo con la empresa en Perú un posible retorno con algunos amigos de la universidad para implementar un proyecto de acceso a agua y al ver las determinaciones entusiastas de los demás, decidí lanzarme.

Recuerdo con total claridad las últimas semanas que pasé en París, pues me dolía muchísimo tener que dejar la ciudad más importante de mi vida. Algo tenía que pasar para que todos estos sacrificios tengan sentido.

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El propósito esquivo

El proyecto de agua se frustró por la crisis y durante un par de años estuve trabajando en un tema muy complejo: trata de personas y tráfico ilícito de migrantes, lo cual me mantenía constantemente estresado, sintiéndome frustrado por la putrefacción a la que pueden llegar los seres humanos, cuando de repente, en el momento menos pensado, la vida me dio un gran revolcón.

Empecé a trabajar para la empresa minera en la que había hecho mi pasantía de maestría un par de años atrás y uno de los proyectos que me asignaron fue Trapiche, en el corazón de Apurímac, una de las regiones tradicionalmente más pobres del Perú y cuna del senderismo.

El pueblo en el que viví por un par de años, Juan Espinoza Medrano, sufrió viciosos ataques tanto por parte de los senderistas como del ejército y, en la ladera del frente, en Calcauso, se erigió un centro de adoctrinamiento senderista.

Después de tantas vueltas y de haber planeado con tanta dedicación alejarme lo más posible de esta locura, la vida me dijo, “no hijito, así de fácil no es, ven para acá y enfrenta tus demonios”.

Por un momento tuve la mesiánica impresión que mi propósito estaba vinculado con remangarme, entrar de lleno en la vorágine y “cambiar las cosas” en mi país natal. Me costó un par de años más darme cuenta de que eso no era así para nada.

A pesar de haber trabajado en un sinnúmero de proyectos de gran envergadura y de estar seguro de que tuve una contribución, a mi escala, claro, en el desarrollo de mi país, poco a poco me di cuenta que la identificación que yo tengo con el Perú dista muchísimo de la que tienen todas las personas que conocí en los distintos pueblos de los Andes donde viví. Nadie tiene razón. Son solo distintas. Demasiado.

Iglesia de Calcauso, Apurímac, pueblo donde hubo un centro de adoctrinamiento senderista.

Yo, que creo firmemente en los derechos humanos, en la protección de las minorías, en las libertades individuales, en la igualdad de género, en la libertad económica y empresarial, me di cuenta de que cada uno de mis valores más profundos estaba a las antípodas de lo que creían las comunidades andinas. ¿Quién soy yo para cambiarlos? ¿Cómo me puedo atraver a tener alguna superioridad moral? Además, ¿con qué derecho?

Cuando regresé a Lima, me encontré con una ciudad totalmente violenta, en prácticamente todos sus aspectos, en la que, además, las personas adoptan posiciones políticas vehementes, sin darse cuenta de que detrás de esos kilométros cuadrados de desierto que albergan a un tercio de la población nacional, existe un inmenso país al que no entienden y viceversa. Me sentí constantemente expulsado de esa sociedad, solo refugiado en los grandes amigos que tengo, en la parte de mi maravillosa familia que aún vive en el Perú y en mi lugar-refugio, Santa Eulalia, que alguna vez fue usurpado por las huestes terroristas.

Soñaba con escapar, con vivir mejor, con poder construir una familia en un ambiente sano, como lo hicieron mis padres conmigo cuando nos fuimos a Costa Rica, como lo hicieron los padres de mi abuelo cuando lo sacaron de Europa en la segunda guerra mundial. Así es que en el momento en que mi exesposa me dijo “me quiero ir a estudiar un MBA a Malta”, inmediatamente me dije que yo la acompañaría, que mi propósito estaba en fundar una familia y que era exactamente esa la señal que estaba esperando.

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El propósito se construye

Otro fallo, pues. Me divorcié. Me ha costado mucho reponerme de esto, porque durante un tiempo estuve errando sin real propósito, sin reflexionar realmente, sin darme el espacio ni las condiciones para construirlo, sin siquiera pensar que era necesario.

En Malta me volví empresario, algo que claramente tengo en mi sangre, ya que mis padres y mi abuelo fueron empresarios, pero que en mis tres décadas y pico de vida no había considerado seriamente, a pesar de haber llegado a la isla con dos empresas encima vivitas y coleando. Pero no fue hasta fundar mi tercera empresa que las cavilaciones empezaron a asentarse y a cobrar sentido.

En febrero del 2020, me visitó un amigo, que había sido el gerente general de la empresa para la cual yo trabajaba, y que posteriormente decidió invertir en el emprendimiento que estábamos sacando adelante en Malta e incluso hasta involucrarse directamente. Estaba yo conduciendo, de camino al ferry a Gozo, cuando me preguntó: “Bueno Joaquín, y ¿qué viene luego?”. La pregunta me dejó atónito. Estaba iniciando un tercer emprendimiento y ¡¿me están preguntando qué hay más allá?! Calma, muchacho, calma. Pero se complementó con el cuestionamiento-sentencia “¿Qué te gusta hacer? ¿Cuál es tu propósito?”.

Construyendo propósito desde el emprendedurismo

Las palabras fluyeron mágicamente por mi espíritu. Parecía que se habían estado cuajando durante todo este tiempo. Me quedé pensando en eso durante las noches siguientes.

Mientras intentaba encontrar algo rimbombante, que resonara con lo que los tiempos exigen, ya que veo que las tendencias inspiran a muchos a encontrar propósitos, me di cuenta de que finalmente tenía que ver lo real, por más pequeño e individual que eso fuese. Finalmente, por algo soy liberal ¿no?

Me puse a pensar en qué es lo que me hacía feliz, que podía aportar valor a la sociedad, al menos a quienes me rodean, y lo descubrí de manera muy evidente. A mí me encanta conectar gente. Me fascina conocer nuevas personas, interesarme en ellas, mantener el contacto y, luego, cuando hay oportunidades de intercambio que generen valor, atar cabos. Si pudiese vivir de eso, me dije, estaría alineando mi pasión, con mi contribución… con mi… ¿propósito? Algunas respuestas existenciales empezaban a surgir.

¿Qué puedo aportar que sea real, que se pueda sentir? Me preguntaba. Hasta que llegué a uno de los episodios más increíbles que he tenido en mi vida: sentirme verdaderamente agradecido por lo que el universo me ha dado. Este sentimiento está ejemplificado en un momento muy particular de mi juventud, cuando tenía 18 años: en una de mis primeras noches en Poitiers, después de haber ingresado a Sciences-Po, me puse a mirar el techo de mi habitación, preguntándome qué había tenido que pasar de maravilloso para que yo pueda encontrarme en esa situación. De pronto, se me vinieron encima todos los esfuerzos, los cruces del destino, los mentores y las estrellas que tuve en mi trayectoria y me puse a temblar, con un escalofrío que recorría cada centímetro de mi cuerpo. Solo atiné a decirle gracias al universo y así pasaron varios minutos hasta que me recompuse. Es quizás el sentimiento más profundo y maravilloso que he experimentado jamás.

Al recordar este episodio, me dije con claridad: quiero que todas las personas puedan sentirse así. Por más que yo me haya esforzado y crea en la meritocracia, soy muy consciente que tuve muchísimos apoyos y guías externos. Mis padres, para empezar, siempre me dieron todas las herramientas empezando por las miles de horas extra curriculares que en algún momento me parecieron excesivas, pero sobre todo, el amor y la seguridad necesarias para desenvolverme en un ambiente de paz. También me otorgaron una real confianza para que tome mis propias decisiones y me equivoque en todo lo que tenía que equivocarme. Mi abuelo, que influyó en mi admiración por Francia y me transmitió su sabiduría con amor y paciencia. Mis maestros y mis mentores que siempre creyeron en mí y me ayudaron a encontrar los caminos adecuados y me dieron la orientación necesaria para entender la envergadura de las oportunidades que se abrían a mí.

Así es que esa es la contribución que puedo ofrecer a la sociedad, que sé que me llenará plenamente, así como tendrá, lo espero sinceramente, ciertos impactos importantes en la vida de los demás.

Este es un propósito que no está relacionado con un país, ni siquiera con un lugar, es algo que puedo realizar donde quiera que esté. A estas alturas no tengo una identidad-nacionalista, más allá de algunas preferencias primitivas como el apoyo a ciertas selecciones nacionales de deportes, a los productos que he tenido la costumbre de consumir, o los acentos que naturalmente adopto en función de mi audiencia.

Ahora me queda claro que para poder llegar a entender este propósito y vivirlo plenamente, tenía que superar ciertas etapas, como reconciliarme con mis traumas de infancia, entender dónde no me siento bien y por qué, y darme el espacio para reflexionar seriamente sobre la vida.

Estoy en esa senda exploratoria, pronto me iré a un breve retiro espiritual para ver si ese es el camino que me permitirá seguir fortaleciendo mi propósito y entender qué otros aspectos personales debo seguir trabajando.

¿Hubiese podido lograr llegar a este propósito siendo diplomático y escritor? No tengo ni la menor idea. Pero me encanta ser empresario. Me siento absolutamente satisfecho pudiendo crear empleo y aportando valor para la sociedad. Creo entender que desde esta posición tengo mucho más rango de acción para lograr impactos más amplios y profundos ya que, para empezar, Boom, la nueva empresa que fundé con mi gran amigo Juan, se dedica exactamente a eso, a contribuir con el crecimiento personal y profesional de las personas.

Vivir con un propósito real, no impuesto por las condiciones ni las circunstancias, es una luz en un mundo lleno de tinieblas, de sinsabores y de tropiezos. Es una fuente constante de energía a la que uno siempre puede volver, en soledad, para repotenciarse y encontrar cordura y paz interior.

Llegar a la mitad de mi vida, ese hito de la cuarta década, con un propósito bastante orientado, al que le falta ser pulido y engalanado, es quizás mucho más de lo que jamás hubiese soñado tener a esta edad, simplemente porque no conocía el secreto de tener este poder.

Quiero estar en paz conmigo mismo y sé que todo lo demás que tenga que suceder, sucederá, tranquila y ampliamente.

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Cierre

Nesso, Lago di Como, 1ero de julio de 2022

Durante toda la semana y hasta la noche de ayer, la previsión meteorológica para el día de hoy, indicaba “chubascos con tormentas eléctricas”. Sin embargo, al abrir los ojos y ver nada más que un glorioso y perfecto día soleado, decidí tomar el barco y venir a Nesso. Ahora estoy en las escalinatas del lago, mirando el puente, escribiendo estas líneas mientras veo a los chiquillos de 15 años lanzarse a las aguas sin mayor preocupación que vivir plenamente su verano. Les espera un fabuloso trecho por delante.

Aquí estoy, contemplando el magnífico horizonte, lleno de verde, de pájaros revoloteando y cantando, observando las embarcaciones de todo tamaño que van y vienen, deslizándose elegantes y despreocupadas por las tranquilas y maravillosas aguas del lago, con el propósito de permitir que todos sus pasajeros lleguen bien a su destino.

Me doy cuenta, así, que yo también aspiro a ser una embarcación de esas en el lago de la vida.

El místico dedo cortado

Cada vez que me va a pasar algo muy bueno en un viaje, me corto – levemente – algún dedo. No recuerdo cuándo fue la primera vez que me corté, pero sí recuerdo la primera vez que me dije: “ya van varias veces que me corto un dedo antes de un viaje”.

Desde esa vez empecé a tener consciencia del temita del dedo. Como no siempre ocurría, me tomó un tiempo pensar que realmente habría algo detrás. Envuelto en mi materialismo aterrizado y liberal, me decía “bah, ¡coincidencias!”. Sí, eso mismo me decía, porque yo hablo así, como en cómics de varias décadas atrás; y, seguía adelante con mis trascendentales quehaceres.

Los albores del tajo

En algún momento le agarré un miedo tremendo a viajar en avión. Seguramente porque, habiendo viajado tanto, tenía más chances de pasarla mal alguna vez y, claro, fueron unas cuantas veces en realidad. Por ejemplo, recuerdo cuando el ala de mi avión se prendió fuego despegando de Ámsterdam, volando hacia Houston. Viajaba solo y tenía 16 años. En esas épocas, los asientos tenían un teléfono que se podía utilizar pasando una tarjeta de crédito. Yo, evidentemente, llamé a mi mamá a decirle “mamá, ¡se quema el avión!” y, claro, ante esa súper jugada bien atinada de mi parte, por el otro lado solo me llegaba una respuesta aún más surrealista y tanto más atinada: “¡Salta, salta!”. Todo esto es verídico, queridos lectores, y claramente, ese tipo de episodios marcan. Si a eso le sumamos aviones a los que no les bajaba el tren de aterrizaje o aparatos que no pueden levantar vuelo una vez despegan y unas cuantas tormentas apocalípticas, condimentadas con vuelos en avioneta a las improvisadas pistas de aterrizaje de los Andes peruanos sobre los 4,000 msnm, pues tenemos de qué constituir el expediente.

Avioneta para subir a los Andes

Fue en esas épocas en las que soportaba con gran estremecimiento una turbulencia mediana y en las que viajaba al menos un par de veces al mes en avión, cuando no unas cuantas más, que me percaté de un dedo cortado adicional un par de días antes de un viaje. ¡No puede ser! – dije con decaimiento – ¡soy una torpeza andante!, – qué personaje… –. Pero, claramente, la cosa no iba a parar allí. Como normalmente tengo tan poco que hacer, decidí sentarme un momento a reflexionar (claro, el blog se llama “viajes y reflexiones”, entonces no puedo escribir una entrada sin ambos ingredientes).  

Estaba reflexionando sobre el elemento disruptor del dedo cortado y mi imaginación solo llegaba a la epidermis. ¡Qué joda tener que cargar maletas con un dedo cortado! Definitivamente en los viajes se usan más los dedos que en la vida sedentaria y de reuniones que llevo hace años. Ya iba a terminar una sentada más pose “Rodin”, que ni siquiera llegaría a poblar la parte “anécdotas intrascendentes archivo comprimido VF.5.3” que se reproduce – junto con varios otros archivos un pelín más definitorios – en el momento en que nos ponemos a ver la vida desfilando por delante -, cuando lo entendí.

Recordé que la última vez que me había cortado el dedo, mi viaje había sido particularmente exitoso y positivo, en varios frentes, pero principalmente en el aspecto personal. No estaba seguro de si, visto hacia atrás, constituía un patrón, pero me propuse verlo hacia adelante. Esta vez viajaba con el dedo cortado y tendría que analizar, a mi retorno, qué tanto impacto positivo tendría el viaje en mí.

«Las cosas buenas, tú las vas a pagar por adelantado»

“Las cosas buenas, tú las vas a pagar por adelantado”, me dijo una vez un espíritu, una estrella que tengo, hace unos cuantos años. Por mi madre, que así ha sido.

Empecé a considerar lo del dedo como un pago por adelantado. Algo simbólico, claro, porque finalmente no es nada serio, pero sí está la herida estratégicamente ubicada para que te acuerdes de ella cada vez que tecleas en una compu, cargas una pieza de equipaje, y haces tantas otras cosas cotidianas de un viaje, que claramente es una penitencia recurrente.

De ese viaje sí tengo memoria, fue una vez que logré escapar de una huelga de mineros ilegales en Apurímac. Los mineros protestaban contra las normas pro-formalización que, una vez más, y una vez más en vano, pretendía implementar algún gobierno de turno. Claro, para que esa sea una buena historia, es necesario anotar que justamente yo trabajaba por esas épocas en una gran empresa minera. La situación sucede cuando ya estaba de regreso al Cusco para tomar un vuelo a Lima que me llevaría a unos cuantos días de descanso bien merecidos. La camioneta llegó hasta un par de kilómetros antes del puente Sahuinto, que cruza el río Pachachaca, pase obligatorio hacia la ciudad de Abancay, donde pernoctaríamos.

Las quebradas apruimeñas. Buen terreno para una estrategia de guerra

El plan era llegar a Abancay antes que cierren los accesos. ¡Buen plan!, ¿no? Pues… cuando llegamos al punto antes descrito, los mineros se habían colocado con hondas y piedras en las laderas de los cerros y por la carretera venía marchando, en dirección nuestra, un par de cohortes de policías antimotines. Estos son los típicos enfrentamientos en Perú entre la policía y grupos (mal) armados, que no es extraño que terminen con algunos fallecidos, en ambos bandos. Sabíamos que la situación era particularmente peligrosa y la decisión que tomamos fue cruzar el puente antes que llegue la policía y que inicie el enfrentamiento. La apuesta era que los mineros no nos ataquen, puesto que ellos dominaban las laderas, y en cualquier momento hubiesen podido lanzar piedras si sentían que los movimientos de quienes estábamos atrapados en la zona de batalla hubiesen jugado en contra de sus posibilidades de mantener la posición. Sinceramente, viendo el escenario, la decisión dependía de que a alguien no se le escapase un hondazo de puro estresado, pero en ese momento mi estrella me dijo “anda”.

Fueron dos de los kilómetros mas extenuantes que he hecho en mi vida. A paso rápido, en altura, con equipaje y con dos toneladas de angustia, veíamos cómo la policía se acercaba cada vez más rápidamente al puente y cómo las laderas se iban poblando de gente en posición de ataque, con hondas y piedras en las manos. En un momento se me cayó el maletín y pensé en dejarlo, pero el conductor, – que venía con nosotros abandonando la camioneta en plena carretera, como hicieron prácticamente todas las personas que se encontraban en nuestra situación, y que no eran pocas –, me dijo “yo se lo llevo, ingeniero”. No había tiempo para decirle que yo no era ingeniero, por cuarta vez. Más bien hasta el día de hoy me pregunto si le agradecí lo suficiente por su apoyo en ese momento tan crítico, pues recuperar el maletín no era lo más importante, sino más bien, el impulso que me dio para seguir adelante fue certero.

Pasamos. Al poco tiempo inició el enfrentamiento. Logramos abordar un colectivo que nos llevó hacia Abancay. El enfrentamiento dejó 15 policías gravemente heridos.

Nos registramos en el Hotel de Turistas, que a los pocos minutos se llenó, y nos propusimos quedarnos allí por tiempo indefinido, pues no sabíamos en qué momento levantarían las protestas.

La entrada a Abancay

Recuerdo que al llegar al hotel, mi dedo estaba sangrando nuevamente. Me había vuelto a abrir la herida, seguramente con el roce del equipaje, y sentía los latidos de mi corazón a través del corte. ¡Es la estrellita de Mario!, recuerdo haber pensado. Puse “Safe and Sound” de Capital Cities, me tomé una ducha y me sentí vivo como cuando tenía 18 años y le agradecía al universo haberme llevado a instalarme en un pueblito del centro-oeste de Francia.

Por la noche nos enteramos que se había negociado un pase entre los mineros y la policía para que la gente pudiese salir hacia el Cusco, ya que la ciudad de Abancay estaba totalmente incomunicada por los piquetes, y muy temprano al alba nos pusimos en ruta, sin más contratiempos.

El corte de la existencia

En ese momento lo empecé a entender todo: el corte en el dedo es el elemento que me lleva a elevarme y observar mi existencia desde otro plano. Eso te permite relativizar muchísimas cosas. Particularmente, te permite entender lo positivo que tiene la vida, dentro de todo lo negativo que uno a veces cree que es simplemente abrumador.

Los cortes en el dedo han seguido allí, a la orden del día: como cuando me mudé con mi familia a vivir a Malta, uno de los pasos más importantes de mi vida, o como cuando fui a San Francisco a una de las reuniones emblemáticas de mi recorrido profesional. Siempre con el dedo cortado un par de días antes de viajar.

Últimamente vengo luchando contra uno de mis demonios internos más poderosos y, en esas andaba, cuando la otra noche desperté con tres cortes profundos en el dedo medio de la mano derecha. Ese mismo corte que se ha hecho sentir en varias de las letras tecleadas durante esta redacción.

La misión

La misión: ¡Allá voy!

Me desperté como a las cuatro de la mañana y sentí una molestia en el dedo. Me fijé y tenía sangre. También había manchado ligeramente las sábanas con un rojo oscuro ya bien impregnado en el tejido. Fui a lavarme las manos y a ponerme agua oxigenada. Vi los tres cortes.

Como este importante viaje laboral a Canadá se enmarca en la aún más importante misión de vencer a este demonio, inmediatamente me quedó claro que se vienen grandes cosas. Estoy feliz, porque, como siempre, no estoy solo. Estoy rodeado de las energías que necesito. Siempre retomando la dosis de misticismo que me reclama mi tío Carlos, a quien con mucha alegría voy a ir a visitar a Montreal dentro de pocos días.

“Las cosas buenas, tú las vas a pagar por adelantado”, y aquí estoy, listo para recibir lo que venga, viendo cómo poco a poco mi dedo cicatriza, pero aún incomoda. Como debe ser.

Reencuentros

París, 29 de agosto de 2021

 

Yo estaba de viaje. Y tú también estabas de viaje. Cada uno metido en su propia historia porque, finalmente, aquellos que guardan el espíritu del viento van recubiertos de su propia historia.

El tiempo del reencuentro es indiferente, porque finalmente lo que se reconecta es la esencia.

Let’s Go!

Hace algún tiempo pensaba que la esencia era atemporal, pero en realidad ahora entiendo que evoluciona. Tantos reencuentros la envuelven y la revuelcan. Claro, se saborea el revolcón.

Yo estaba de viaje, solo. No sé cuánto tiempo durará esta soledad, pero la mezcla de nostalgia con libertad tiene un efecto poderoso. Viajar solo es también redescubrirse y tomar decisiones constitutivas.

Hoy cumplo treinta y siete años y sigo viajando solo. Para este viaje, la cúspide de mi universo es el París del Pont Neuf y de l’Ile de la Cité. Es un universo que me cuesta dejar, que no quiero que le pertenezca a un viaje.

Hoy llego a este viaje transformado, pero qué importa, porque tú recién me redescubriste así. Es quien soy ahora. Y, la verdad, es que no tengo la menor idea de cómo llegas tú al tuyo. No importa. Pues ya son bastantes variables las que nos llevaron a reencontrarnos. No hay más preguntas que sean necesarias.

También entiendo que finalmente somos las decisiones que tomamos y que a estas alturas de la vida ya sabemos perfectamente lo que ganamos y lo que perdemos, al menos con las decisiones más importantes.

Así es que las energías que recubren el azar, que se apoderan de las circunstancias, son finalmente las que quedarán grabadas en una imagen, en una canción, en una palabra…

Allí estamos. Listos para lanzarnos, porque la vida es así, al menos así lo es en este viaje. Un viaje a través de la vida misma.

Mi alma solitaria entra mañana en otro túnel desconocido, que es el reencuentro con mi casa. Vuelvo completamente transformado, por tantos reencuentros, por tantas energías, por tantos revolcones del alma..

Sé que mañana seré alguien más y allí empieza otro viaje y tantos otros reencuentros más.

France été 2021 : Voyage intemporel

París, 22 de agosto de 2021

Recobrando mi profundo sentido de la identidad, entré en una dimensión paralela cuya existencia me hacía falta recuperar.

Hoy me encuentro en medio del camino, que he decidido alargar porque así es la vida, generosa cuando necesita serlo, y uno siempre debe saber escucharla, ya que en este preciso momento yo debería estar ya de vuelta en Malta, en mi casa con mis gatas, habiendo cerrado el capítulo. Sin embargo, me encuentro en París, desde donde escribo estas líneas, con el espíritu cada vez más restablecido.

En París

Para un viajero errante como yo, es importante poder identificar puntos de anclaje a partir de los cuales te puedes encontrar a ti mismo. Desde el punto de vista de la identidad, es innegable que la mía está intrínsecamente ligada a este país, no solo por mi abuelo, sino por mi educación, por el tiempo que he vivido aquí y, sobre todo, por mis amigos, que no son pocos.

Además hay momentos en la vida en los que uno realmente necesita reconfortarse y reconstruirse. Este es uno de ellos para mí.

Si bien es cierto que ya ha pasado un tiempo desde mi divorcio, este viaje me ha permitido reafirmarme en una etapa mucho más madura del proceso y me permite mirar hacia adelante con más certezas.

Por otro lado, entro a este viaje en medio de un torbellino emocional que me ha removido las entrañas de manera bastante profunda. Me doy cuenta que me gusta entregarme plenamente a cualquier historia, dar todo de mí, y eso obviamente abre las probabilidades de una caída más dolorosa. Pero no importa, al final, ahí es donde le encuentro el mayor sentido a la vida.

Dada la naturaleza de este blog, no me detendré en contar anécdotas personales detalladamente, sino simplemente dejaré fotografías y grandes temas de reflexión que el viaje me está aportando. Dejo fluir entonces el aspecto existencial, más que el literario en esta ocasión.

 

DÉBUT: PARIS

 

Los primeros días de mi viaje iniciaron en París, ciudad que cada día encuentro en mejor estado: más limpia, más inclusiva, menos dada al automóvil y siempre auténticamente universal.

Paris 6ème arrondissement

En París siempre asoma una versión personal que me encanta. Uno de mis grandes aprendizajes es que el entorno sí influye en quienes somos y, en el caso de París, lo hace en mí de una manera bastante transformadora.

Esta vez decidí caminar París de manera intensa. Siempre es una buena idea caminar en esta ciudad, pero mi objetivo esta vez fue hacer absolutamente toda mi agenda a pie, sin tomar un solo transporte público, para lo cual el tiempo entre dos citas tenía que ser lo suficientemente espaciado para llegar a buena hora. El tiempo debe contarse, evidentemente, incluyendo algunas paradas obligatorias para las fotos de rigor, ya que mi pasión fotográfica cada día se fortalece más y esta ciudad es particularmente apetecible para practicarla con ganas.

Cedí también a los placeres gastronómicos locales, particularmente a las viennoiseries que son mi total perdición, pero bueno, vengo de varios meses de estricta rutina alimenticia y de ejercicios, así es que estos placeres terrenales fueron (y siguen siendo) premios de motivación. Claro, si sumamos los varios kilómetros de caminatas diarias, todo quedó compensado.

Local madness

Logré construir una agenda increíblemente balanceada, llena de encuentros personales, positivos e inesperados: cenas, tragos en terrazas, picnic frente al canal, juegos de mesa, caminatas, pubs, fiestas inesperadas, conversaciones profundas. Realmente fui feliz viendo a varios de mis amigos parisinos (los que estaban acá).

¡Qué importante es rememorar y celebrar, frente a frente, las amistades duraderas!

Este inicio de viaje me hizo recuperar la confianza en mí que necesitaba. Mucha gente te dice siempre cómo debes actuar, qué debes hacer frente a ciertas situaciones, qué debes evitar hacer, y lo hacen quizás porque se preocupan por ti, porque quieren lo mejor para ti, pero en el fondo, creo que lo más sano es siempre hacer lo que uno siente que debe hacer. Claro, la edad, y la experiencia te van dando algunas luces de cuál es el camino a seguir, pero en el fondo, cuando ya sabes por dónde ir y hay algo que se mueve allí dentro, ese es tu lugar.

 

CORRESPONDANCE NANTES

 

Nantes fue un punto de inflexión, aunque solamente se trató de una escala. Sin embargo ha sido el único momento del viaje en el que estuve completamente solo. Ni siquiera quise aventurarme a buscar alguna otra alma dispuesta en la ciudad, sino que quería vivir mi soledad a plenitud. Algo que aprendí hace ya muchos viajes (solitarios), es que uno debe saber poder estar bien consigo mismo.

Así es que desde que llegué inicié mi recorrido a pie por esta ciudad llena de vida, en un día soleado y con una perfecta temperatura de 20 grados. Centro histórico, castillo, parques, una verdadera delicia, al ritmo de un soundtrack especialmente concebido para la ocasión, que mezcla canciones que me invitan a la inmensa reflexión personal con algunas notas del futuro. De hecho acabo de cambiar mi ambiente musical de la sinfonía en C Mayor de Bizet, para retornar a esas vibraciones.

Château des Ducs de Bretagne – Nantes

Comparto:

Monster – Jaime

“When I lose my sense of motion
An ocean there in front of me
And I question my beliefs
Well I make a list of everything I know
And see I’ve hardly even started down the road
And you’ll find me, yeah you’ll find me

Singin’ all I gotta do is write a monster
Suddenly a flash of inspiration
And I feel like I’m a saviour
And it feels, and it feels
Like the world is with me
All the chips are falling where they ought to be
And it feels so sweet, so sweet
So sweet, so sweet
So sweet, so sweet, so sweet
I just wanna hear, I just wanna hear you sing it back to me
Sing it back to me

When I’m digging in the dirt
For what it’s worth, for what it’s worth
And I just can’t find the treasure
Well I always thought there would be something more
Then it takes me back to where I was before
And you’ll find me, yeah you’ll find me

Singin’ all I gotta do is write a monster
Suddenly a flash of inspiration
And I feel like I’m a saviour
And it feels, and it feels
Like the world is with me
All the chips are falling where they ought to be
And it feels so sweet, so sweet, so sweet
And it feels so sweet, so sweet, so sweet
I just wanna hear, I just wanna hear you sing it back to me
Sing it back to me

Make a lot of noise, sing a lot of words
Tell myself that I’ll amount to nothing then it works
And you’re still you and I’m still me

So I just wrote a monster
Suddenly a flash of inspiration
That it really doesn’t matter
‘Cuz I know, ‘cuz I know
I got you with me
All the chips have fallen where they ought to be
And it feels so sweet, so sweet
And it feels so sweet, so sweet, so sweet
I just wanna hear, I just wanna hear you sing it back to me
I just wanna hear, I just wanna hear you sing it back to me
I just wanna hear, I just wanna hear you sing it back to me
I just wanna hear, I just wanna hear you sing it back to me
Sing it back to me
Baby come on one more time, yeah”

Por la noche fui a cenar como Dios manda, terminando por un cognac aux amandes, y luego a recorrer un poco más la ciudad en modo nocturno, muy animada como corresponde a una buena ciudad francesa en el verano.

Mi hotel quedaba en una parte muy céntrica de la ciudad y no me alejé demasiado, sin embargo sí pude apreciar una gran efervescencia que me invita a volver pronto.

Por la noche intenté dormir, pero a las 3 de la mañana me levanté con un sensación innegable de sacarme de encima aquellas reflexiones del corazón que me perturbaban y escribí una carta, como no lo hacía en mucho tiempo.

Recordé que yo era alguien de escribir cartas. Que en el pasado se las escribí siempre a las chicas de mi vida, tanto cartas alegres como tristes, y que la parte terapéutica de la escritura es trascendental en mi vida.

Así es que para las cinco y pico de la mañana ya tenía la carta lista para ser enviada. Siempre son decisiones importantes ya que al escribirla uno cumple con su parte terapéutica. Al menos, la parte del orden de las ideas. Luego, si uno la envía, ya compromete a la otra persona… al menos a leerla. Puede que no cause ningún efecto, como puede que cause uno totalmente contrario al que uno espera (o desea). Pero eso nadie puede saberlo.

Evidentemente la envié.

Estaba en Nantes. Solo. Era la conexión que necesitaba.

 

ETAPE DÉCISIVE: BRETAGNE

 

La razón principal de este viaje fue el de asistir a la boda de una gran amiga que conozco desde que tengo 8 años. Hicimos toda la educación primaria y secundaria juntos en Costa Rica y luego la misma carrera en Francia, por lo que la verdad es que no quería perderme esta ocasión para nada.

También era un espacio para volver a ver a personas muy importantes en mi vida y ver cómo el tiempo nos ha permitido evolucionar.

A vísperas de mis 37 años, me pregunto ciertas cosas. El divorcio evidentemente me afectó profundamente con respecto a mis planes de familia y eso no es un tema menor.

Lo primero que me permitió este viaje fue el de reanudar con personas muy importantes en mi vida que habían estado ausentes por largos períodos. Me encantó poder afrontar estos reencuentros con madurez y con nuevas energías. Me voy dando cuenta que ahora soy capaz de dominar ciertos estados de ánimo y eso solo lo trae la experiencia.

La verdad es que mi paso por Bretaña fue mágico. Visité pueblos maravillosos como Guérande, Pont-Aven y lugares naturales de una belleza impresionante.

Guérande

Fue un período también de exteriorizar muchas cosas y de reencontrarme conmigo mismo.

Quizás la parte que más me hizo reflexionar fue la de observar la vida de todos mis amigos, tanto de la etapa de Costa Rica, como de Sciences-Po (tanto en París como en Bretaña): prácticamente todos están casados, con hijos.

Pont-Aven

El primer abordaje de esta información me produjo un efecto bastante obvio: una suerte de reflexión sobre el fracaso de mi proyecto familiar y de reconstrucción necesaria del sentido de mi vida. Sin embargo esto es demasiado fácil, demasiado epidérmico. Mientras he ido procesando la información, y ha decantado de manera lenta pero firme en el torrente sanguíneo, comprendo que en realidad se trata de otros mensajes del universo.

Con la novia

Debo confesar que aún me siento algo perdido, esta reflexión está lejos de haber terminado, pero al menos ya no me recubre superficialmente, sino que siento que mi alma está dando una feroz batalla interna con mis pasiones y mi racionalidad. Por suerte la racionalidad en este caso está solamente al servicio de todo lo demás, que es lo verdaderamente importante, y por eso estoy bastante satisfecho, ya que he conseguido un nivel adicional de “experiencia” en el juego de la vida. Creo que puedo ganar en “hard mode”, como siempre quise. Sino, qué aburrido…

Aquí otra para el soundtrack del lector: Touch de Daft Punk

La boda fue una gran expresión de amor. Es inevitable que me afecte. Pero creo que salí bien librado de esta. Rodeado de amigos y buenas vibras, me divertí bastante. Tenía la sensación de estar en el fin del mundo. Y era exactamente eso lo que necesitaba.

El mensaje más claro del universo se dio la última noche. Con mi amiga de toda la vida con quien compartí el viaje, fuimos a un restaurante en un pueblo cercano: L’Aber Wrac’H, que más temprano nos había recomendado una prima de la novia, que es de la zona. Realmente es un pueblo de unas cuantas casas y poco más. Hubiese podido ser en cualquier otro lugar, a cualquier otra hora. Sin embargo allí nos envió el universo.

Estacionamos el auto y caminamos hacia el restaurante. En los pocos metros que teníamos que avanzar, de repente, de la nada, aparece un gran amigo y antiguo compañero de piso mío en Perú. Salía de un bar con una cerveza en la mano y con él estaba su mujer y su hijo, a quienes no conocía. Hacía unos años ya que no lo veía y le había perdido el rastro. Fue realmente increíble porque nos encontramos frente a frente en una sincronización cósmica absolutamente perfecta, sin que nada pudiese atentar contra eso.

Reencuentro por las fuerzas del universo

Evidentemente mi amiga y yo nos fuimos a cenar como teníamos planeado, pero después de eso nos reunimos nuevamente con mi ex compañero de piso y fuimos al único bar del pueblo a tomar algo y a regocijarnos de cómo el destino hace de las suyas. Ya que nos quedamos con las ganas, ayer en París lo llamé para salir a tomar algo y terminamos de conversar sobre muchas cosas que empezamos a explorar en l’Aber Wrac’H.

L’Aber Wrac’H

La vida me dio otro mensaje claro: que tengo (muy) buenos amigos hasta en el fin del mundo…. Y eso no es algo menor…. De hecho, esa verdad es trascendental y me define como persona. Yo soy también ellos y me he construido también gracias a ellos. Y allí están. En donde no se puede creer. Hay algo más, no tengo duda de ello.

TRANSICIÓN: SAINT-GILLES-CROIX-DE-VIE (VENDÉE)

 

Después de esta importante etapa de reflexión y de reestructuración interna, inició otro momento sustancial en mi etapa francesa “verano 2021”: el reencuentro con un amigo de muchos años. Antiguo compañero de piso en París, músico de profesión, que ha conocido varias etapas de mi vida y que es directo y de sabio consejo. Hemos compartido mucho a lo largo de los ya más de 15 años que nos conocemos, pero por la pandemia no nos habíamos podido ver desde el verano pasado.

Alquilamos un barco en Saint-Gilles-Croix-De-Vie, puerto desconocido de la Vendée (para mí), para tener una experiencia diferente y nos quedamos allí un par de días. Al final las condiciones no se dieron para ir a navegar, sin embargo estuvimos viviendo en el barco y visitando un poco la zona.

Barco en Saint-Gilles-Croix-De-Vie

Dos amigos suyos llegaron también a visitar y paseamos juntos.

Hicimos una visita sencilla, pero llena de conversaciones profundas. Además reafirmé (como siempre hago) una certeza que me encanta reafirmar: los panaderos de Francia hacen magia, no panadería.

Nuestro día de paseo turístico fue realmente espectacular por lo sencillo y lo cargado de significado: visita al museo de la sardina, compramos unos sandwichs y postres y nos fuimos a la playa a comer en el malecón, y después a tomar un café en el paseo marítimo. Por la tarde llegaron los amigos al barco y habían comprado unos quesos. Nosotros teníamos pan y vino y armamos un apéro de lo más divertido en nuestra “terraza” marítima.

El barco

También en medio de este trance recibí una llamada en la que me cambiaron los planes para mi cumpleaños: iba a ir a Sicilia, pero finalmente no. Me sorprendió lo rápido que tomé las cosas en mano: en vez de complicarme, rápidamente cambié mi itinerario, llamé a todas las instancias y amigos a los que tenía que llamar y en un par de horas ya tenía un nuevo plan armado, súper inspirador y sumamente divertido.

Por eso hoy no estoy en Malta, sino en París, donde mi viaje continúa.

St-Gilles-Croix-De-Vie me costó mi Ipad ya que se me cayó en el puerto y se rompió la parte de abajo. Ahora tengo que vivir con eso hasta que me compre uno nuevo. Hace mucho que tengo la convicción que yo pago por adelantado las cosas buenas que pasan, así es que cada “desgracia” la veo más bien como una gran oportunidad que se viene a la vuelta de la esquina.  

También me permitió darme cuenta de las muchísimas oportunidades que tengo frente a mí. Que yo soy totalmente capaz de sacarles provecho y que los problemas de la vida hay que resolverlos con acciones.

Saint-Gilles-Croix-De-Vie

En realidad me di cuenta que estaba experimentando lo que ya había hablado con mis padres alguna vez en Malta: mi filosofía de vida es la Libertad. Es así. Soy Libre.

 

ETAPA DE RECONSTRUCCIÓN: PAYS-DE-LA-LOIRE

 

Pasados los días en el barco, con mi gran amigo continuamos el viaje con el que había estado soñando por tanto tiempo: Loire. Castillos, gastronomía y vino. Eso era lo que quería. Pero en realidad obtuve muchísimo más.

Saumur

Alquilamos un AirBnb muy agradable en Saumur, pequeño pueblo del corazón del Loire, desde cuya ventana de la cocina se veía el río en todo su esplendor y el patio daba a la parte baja del Castillo de Saumur. Un verdadero deleite.

Amanecer desde la ventana de la cocina – Saumur

Son pueblos burgueses, que dejan entrever la gran riqueza y poder que tenía la nobleza francesa, particularmente en los siglos XVI, XVII y XVIII.

Château de Saumur

Desde Saumur visitamos otros dominios, como Chinon, por ejemplo, cuyo corazón medieval es realmente maravilloso.

Fueron días de buen vivir, comiendo de manera espectacular en los diferentes rincones que encontrábamos, tomando buenos vinos y empapándonos de cultura. Como debe ser.

Degustación de vinos en Chinon

Mi amigo está también en una etapa solitaria de su vida, en la que pudimos identificarnos y hacernos las mismas preguntas. Claro, quizás las respuestas son distintas para cada uno de nosotros. Pero qué importa. La vida es esta y en ese escenario estaba claro (clarísimo) que la estábamos (estamos) disfrutando.

En Chambord

También aprovechamos para visitar el castillo de Chambord, una de las expresiones más inequívocas del legado de la monarquía francesa y un espacio para entender más acerca de este país tan diverso y culturalmente inmenso. Algo que me motivó a elegir este castillo es que recuerdo a mi abuelo enseñándome estampillas ilustradas con el castillo de Chambord y contándome un poco acerca de la historia de los castillos del Loira. Sinceramente fue un día espectacular.

Jardines del Castillo de Chambord

El periplo del Loira terminó ayer en Blois, pequeña ciudad del centro-norte del Loire, con un importante acervo realista. Cargada de historia, es una delicia recorrerla y visitar sus parques y monumentos, muy bien mantenidos.

Lo mejor fue el apéro-classique en el parque. Una fórmula muy francesa del “buen vivir”: Parque con flores, castillo de fondo, música clásica y vino con quesos y charcutería, en un atardecer soleado de verano. ¿Qué más se le puede pedir a la vida? Solo un amigo músico que te vaya contando los pormenores de lo que estás escuchando.

Apéro Classique en Blois

Por la noche, aprovechamos la cena en un restaurante local con unos tragos en un bar de la plaza, donde la vida sigue, siempre sigue, así como la mía tiene que seguir.

Esta etapa de conversaciones y empatía fue sumamente importante para mí. Me reconforté en lo que estaba necesitando. Me di la dosis de Francia que pedía esta etapa de mi vida.

Al final, lo que había estado esperando por tanto tiempo se dio como tenía que darse. Con una calma que todo lo engloba.

Esta fue la etapa Carpe Diem, más epicureísta que hedonista, y creo que esa es la ventaja de la experiencia. Ya puedo enfrentar mejor el placer.

 

ESCALA: PARIS

Ahora me encuentro nuevamente en París. Mi viaje continuará pero yo no quiero adelantarme demasiado a lo que puede venir. Prefiero dejar un relato a medias, como la vida misma, porque por delante quedan demasiadas cosas por experimentar. Prefiero deleitarme con las sorpresas a anticipar los meandros. Solo sé que tengo algunos pasajes de tren comprados y el alma abierta.

Hoy, luna llena sobre el Sena en París

Nuevamente sé que me esperan muy buenas energías por delante y eso me da muchísimo gusto.

Espero poder ir definiendo el sentido de mi vida, pero lo que me doy cuenta es que no me urge. Mientras el proceso sea tranquilo, positivo y lleno de esperanza, el sentido me lo voy construyendo junto con las oportunidades.

Por ahora, lo que me queda muy claro es que mi ancla está aquí. En esta ciudad eterna, mágica, fantástica, que tanta gente detesta, lo que finalmente está bien, porque para qué estar entre quienes no quieren estar.

MERCI.

 

Introspección al pasado: Periplo italiano parte II

Eran las 10:30 de la mañana en Salina, cuando llegaron dos trabajadores de la línea de ferries, bastante tranquilos y pusieron una cajita de metal sobre una silla y un cordón para hacer una fila. Miré a mi alrededor y no había absolutamente nadie más. Hay que ser fieles a los procedimientos, me dije. Me hicieron una señal y me acerqué. Les pregunté si ya estaba confirmado el barco y me dijeron que sí, que zarpábamos en 15 minutos.

Hice el cambio de horario de mi ticket, y luego se acercó una pareja de octogenarios, muy a su ritmo. Los tres éramos los únicos en tomar el último barco que saldría de Salina a Milazzo en los siguientes tres días ya que la tormenta se empecinaría con el norte siciliano.

El retorno fue incluso un poco más violento que la ida, pero quizás por ya saber a qué me esperaba, me puse a escuchar un poco de Chopin, cerré los ojos y me imaginé estar en la Iglesia de Saint Ephrem en París, donde fuimos con mi padre en 2018 por su cumpleaños 70, a escuchar a una fabulosa pianista de cuyo nombre no me acuerdo, interpretar unas fantásticas nocturnas.

//

Llegué a Milazzo y tomé el tren para Messina sin mayor complicación. Me hospedé en un precioso guesthouse, el 41, en el que no había ningún otro huésped y me dieron la mejor habitación, la cual tenía una sauna con un sistema de sonido de auto, de esos con careta pequeña con apertura de CD y dos parlantes ovalados. La habitación estaba iluminada con luces azules de neón. Todo esto sucede en un edificio de standing de inicios del siglo XX.

Llegada a Messina, con rastros de tormenta

En la noche, en la sauna, hice un memorable karaoke-yaourt en solitario (así se dice en francés cuando no te sabes la letra, pero intentas cantar igualmente y te sale cualquier cosa; claro, eso no merma en nada la diversión). Disfruté muchísimo cantando Nuntereggae Più de Rino Gaetano y la infaltable, Ti Amo, en su versión original de Umberto Tozzi. En realidad, el lugar lo había elegido por su cercanía con la prefectura, la cual estaba a unas pocas cuadras a pie, pero terminó siendo todo un capítulo aparte. Eso sí, a las 09 pm ya estaba en los brazos de Morfeo.

Habitación en Messina. Nótese la sauna en madera a la derecha
Nuntereggae Più de Rino Gaetano – canten conmigo

Por la mañana me tomé un desayuno casero, preparado por las chicas del guesthouse, unas veinteañeras totalmente inmersas en sus smartphones que prácticamente no levantaron la mirada de la pantalla en ningún momento y servían los platos como con un geo-localizador interno que les garantizaba no tener que ubicarse espacialmente con los ojos para saber que no iban a tirar las cosas al piso. Muy amables, eso sí, porque detesto que me molesten desconocidos mientras tomo desayuno.

Pagué, cogí mi maleta y mi mochila que visitaron todas las dependencias públicas italianas imaginables, y me fui a la prefectura, que estaba a unos 10 minutos a pie.

El barrio era muy agradable y me detenía en cada esquina a tomar fotos, ya que también sabía que después del trámite tendría que irme a la estación a tomar el tren a Catania, ya que mi vuelo salía de allá por la noche, hacia Génova. Era miércoles y la prefectura atendía solo unas pocas horas por la mañana.

Llegado este punto debo confesar que me estaba mordiendo los labios, porque no había podido encontrar una información fidedigna que me dijera cuánto tiempo tomaba el trámite de la apostilla en la prefectura. En el peor de los casos, me dije, les dejaré un sobre con estampillas para que me envíen el acta a Malta, pero no me mataba la idea, porque yo, después de Génova, volvía a Malta solo a recoger maletas y enrumbarme a París, desde donde viajaría a Lima para las fiestas navideñas. Había llamado varias veces a la prefectura y nunca me contestaron y en Salina me habían dicho que mejor sacara una cita y me habían dado un número de teléfono al que llamé y que, por supuesto, tampoco nunca me contestaron.

En fin, soy peruano y desde que tengo uso de razón vengo enfrentándome a burocracias extranjeras en los países en los que he vivido para todo tipo de trámites, mucho más complejos que éste, así que una prefectura italiana no iba a intimidarme.

El hall de espera de la prefectura de Messina es bastante grande, aunque solo tiene dos banquitas para sentarse. Luego, hay un primer despacho donde atiende un funcionario, que me preguntó qué trámite quería hacer.

Recepción de la prefectura de Messina

“Vengo por una apostilla”, le digo. “Ah perfecto”, me dice, “déjeme sus datos aquí y regrese el martes que viene”. “Lamentablemente – le respondo – yo vivo en Malta y ayer estuve en Salina para sacar esta acta de nacimiento que debo apostillar aquí, pero esta tarde tengo un vuelo a Génova desde Catania”.

El tipo me miró, me dijo “es para la cittadinanza ¿no?”. En ese momento me dije que mis chances eran 50%-50%, pero además estaba todo recontra claro, si no ¿qué más haría allí un peruano que vive en Malta que viene a apostillar un acta de 1853 sacada de una islita en medio de la nada?… “Sí, para la cittadinanza” le respondí. Y ¿de dónde es usted? “De Perú”. “Ahh – me dijo – Perú, pensé que de Argentina. Aquí vienen todo el tiempo de Argentina. A ver déjeme un momento que voy a ver si está el encargado y ya vengo”. Me sonrió y entró al edificio.

Me quedé esperando, con una buena sensación y a los diez minutos salió un tipo con casaca de cuero negra, lentes oscuros sobre la frente y unos jeans con agujeros, evidentemente era casual Wednesday la cosa, me miró y me hizo una seña. Me acerqué, me preguntó la finalidad de los documentos, puso el sello, firmó, me los entregó y me dijo “buona fortuna” y se metió nuevamente en su edificio de funcionarios cool.

Calles de Messina

Objetivo 1: acta de nacimiento del tatarabuelo, copia certificada en la comuna y apostillada en la prefectura. Check.

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Estuve paseando un rato por las calles de Messina, que me pareció una ciudad maravillosa, llena de vida y estéticamente muy bella, mucho más de lo que me la había imaginado y luego me fui a la estación de tren para retornar a Catania.

Llegué a Catania con bastante tiempo y también me fui a recorrer sus calles, con maleta y mochila en mano, almorzar en el centro y por la tarde a tomar mi vuelo a Génova.

Calles de Catania

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Claro, mi destino no era Génova, sino más bien Santa Margherita Ligure, que está a una hora en tren de Génova, así que al aterrizar tomé el bus del aeropuerto a Piazza Principe, que es de donde salía mi tren y llegué a tiempo para tomar uno de los últimos trenes que partían a mi destino.

Llegada a la estación fantasmagórica de Santa Margherita Ligure – Portofino

Había elegido el guesthouse para pasar esa noche en función a su cercanía con la estación de tren y con la comuna, ya que iría allí a la mañana siguiente a buscar el documento más escurridizo de todos: el de la tatarabuela, de quien solo sabíamos los detalles de su nacimiento por dimes y diretes reforzados por algunas anotaciones en algunos sitios web de genealogía de pago.

Como llegaba bastante tarde, poco antes de la medianoche, había hecho una coordinación previa con la dueña que se encontraba muy enferma y no podía encontrarse conmigo personalmente.

Nuevamente el guesthouse se encontraba vacío y me dieron un upgrade a la mejor habitación. Todo muy limpio, muy bien llevado.

Guesthouse Blue en Santa Margherita Ligure

Llevaba pocos días en Italia, pero ya me parecía una eternidad.

Me fui a dormir soñando con el acta de mi tatarabuela que, según me habían dicho, había nacido en 1862 y por ende era 9 años menor que mi tatarabuelo. Tenía sentido.

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Me desperté muy temprano para ir a algún lugar del centro a desayunar, ya que el guesthouse no tenía desayuno, y a esperar que sean las 08:00 am para que abran la comuna. Llovía a cántaros y me alegré de haber llevado mi paraguas portátil favorito para la ocasión.

A las 08:00 de la mañana en punto, ya desayunado y enterado de las novedades italianas, me formé delante de la comuna. Un policía me dio la bienvenida y fui directamente al registro civil, donde me atendió una persona muy amable.

Comune di Santa Margherita Ligure

Llegué con todas mis ilusiones a tope y le digo, “señor, busco el acta de nacimiento de mi tatarabuela, de quien conozco su nombre y el año de nacimiento, pero ignoro dónde nació, ni tampoco sé el día.”

Muy bien, me dijo, vamos a ver si la encontramos. ¿Cuál es el año de nacimiento? 1862, le digo. Ah señor, bueno, está usted 4 años adelantado, porque el registro civil aquí se creó en 1866 por lo que el acta de nacimiento de su tatarabuela debe estar en una de las parroquias de la jurisdicción. Aquí están las direcciones de todas las de la zona para que pueda usted hacer la búsqueda. Hasta luego.

En ese momento, se me cayó un poco la esperanza al suelo ya que, si bien había pensado quedarme el fin de semana en Génova, e incluso tener el lunes y una parte del martes de la semana siguiente para hacer algunos trámites adicionales, como la apostilla, ya veía que este objetivo iba a ser un poco más complicado de cumplir.

Sin embargo, aún era temprano y decidí empezar por la iglesia más importante del pueblo ya que, por estadística, tendría más chances ahí. La Basílica di Santa Margherita Ligure.

Basílica de Santa Margherita Ligure

Seguía lloviendo sin mucha pinta de escampar, por lo que el paseo por la ciudad fue dificultoso. Caminé directamente a la basílica y al entrar vi que había una señora que salía de una de las puertas interiores. Fui directamente donde ella y le pregunté si conocía al secretario ya que ellos son quienes llevan los registros y los ubican. Me dijo que sí, que el secretario atendía los lunes por la tarde, que era voluntario y que no había número de teléfono alguno donde ubicarlo, porque siempre lo llamaban y que sólo había autorizado a dar el de la oficina de la basílica, donde… solo estaría el lunes.

Le agradecí a la señora, decidido a intentar en una segunda iglesia, cuando de pronto entró un feligrés a la basílica y la señora que me había dado referencias me dijo “él nació en Venezuela, puede conversar con él”.

Era un señor de unos 70 años que me contó que su familia se había mudado a Venezuela en la segunda guerra mundial y que él había nacido allí pero que a los 18 años volvió a Italia para estudiar en la universidad y se quedó para siempre y que al jubilarse había vuelto al pueblo donde habían nacido sus padres.

Le conté mi historia y me preguntó por el apellido de mi tatarabuela: “Lagomarsino”, le dije. “¡Ah!”, me puso las manos sobre los hombros “Es uno de los nuestros”, le dijo a la señora.

No te preocupes que voy a intentar averiguarte el número del secretario. Déjame tus datos y te lo envío apenas sepa algo. Si tienes algo más que hacer, puedes ir adelantando tus trámites.

Como yo tenía que sacar la partida de defunción de mi tatarabuelo que había muerto en Génova, y ya había alquilado un AirBnB para pasar los siguientes días allí como base, decidí volver ya que quizás lograba llegar a la comuna de Génova para hacer ese trámite y no perder el día.

Le agradecí inmensamente al señor y me fui rápidamente bajo la lluvia incesante, caminando hasta la estación a tomar el tren para volver a Génova.

Tren de regreso a Génova

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Al llegar a Génova, tomé un bus desde la estación de tren para ir a la Comuna, ya que intuía que era allí donde debía sacar el acta de defunción.

Evidentemente, como siempre tiene que pasar cuando uno está apurado, me bajé en la parada que no era y tuve que caminar con todas mis cosas bajo la lluvia unos buenos 20 minutos para llegar a la comuna.

La Comuna de Génova es inmensa, claro está, y se ubica en una calle histórica del centro, maravillosa, que me daban muchas ganas de fotografiarla por todas partes, sin embargo, ya casi eran las 12 del mediodía y quería lograr algo ese jueves.

Preguntando por mi objetivo y con respuestas de funcionarios que no creían que iba a encontrar lo que buscaba allí, llegué a una oficina de archivos donde dos funcionarios a punto de marcar tarjeta para salir me dijeron que definitivamente no era allí, que tenía que ir a los archivos centrales, corso Torino, y que si me tomaba un taxi podía ser que llegue a tiempo porque cerraban a las 12:30.

Así que raudamente, salí, tomé el taxi y llegué a tiempo al Anagrafe Centrale di Genova. Todo mojado, eso sí.

Anagrafe Centrale di Genova – Oficina 221, donde obtuve el acta de defunción de mi tatarabuelo

Gracias a las investigaciones que había hecho mi tío, también tenía una copia del acta de defunción en mis manos, con lo que se la entregué al funcionario quien encontró el microfilm después de unos cuantos minutos de búsqueda y me dio una copia certificada.

Por lo menos había obtenido algo.

Me fui al AirBnb de Gianluca, que está en el corazón mismo de Génova y luego a almorzar en Pandemonio, un lugar espectacular que me recomendó muy cerca del apartamento.

Pandemonio, comida casera, espectacular, en el corazón de Génova

Por la tarde, con un segundo documento en mano me puse a pensar que la misión de Santa Margherita Ligure estaba algo complicada.

Sin estar demasiado convencido de la veracidad de esta información llamé a mi madre y le pregunté que cómo sabía que Germania había nacido en Santa Margherita Ligure y, además, en 1862.

Los datos de ella figuraban en el acta de defunción de mi tatarabuelo, pero solo su nombre, no el año, ni el lugar de nacimiento.

Mi madre me dijo que eso lo había visto en el sitio de genealogía en internet y que mi tío también le había comentado que él creía que eso era así.

Le dije que no estaba demasiado convencido y me quedé un poco preocupado. Al día siguiente, viernes, regresaría a Santa Margherita para seguir buscando en las iglesias, ya que el venezolano me confirmó que recién el lunes atendería el secretario de la basílica. Me quedaban 7 iglesias por visitar.

Sin embargo, aproveché esa tarde para ir al Arzobispado de Génova, ya que quizás tendrían ellos alguna información adicional. Camino al arzobispado y en un tono más nonchalant, porque ya a esa hora toda dependencia pública estaba cerrada, decidí tomarme el tiempo de pasear y visitar los mercadillos navideños. Me quedé realmente asombrado con la belleza de la ciudad. Sinceramente no me esperaba tanto.

Mercadillos navideños de Genova. Una maravilla

En el Arzobispado no me pudieron ayudar, algo que ya me temía, y regresé totalmente asombrado con la belleza de una ciudad viva, con un magnífico espíritu navideño y que emanaba historia, cultura y vivacidad por cada uno de sus rincones.

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Antes de irme a dormir, y aún extasiado por mi visita vespertina, llamé a mi madre para contarle acerca de mi día y, sobre todo, de la maravilla de ciudad que es Génova.

Sin embargo, al levantar mi madre el teléfono supe que la conversación iba a ser totalmente diferente de lo que había planeado…

Genova, «More than this» ¿Un mensaje?

La brisa fresca de la primavera

Una de las maravillas de la vida es que para viajar no necesariamente requieres desplazarte físicamente a ningún lugar.

Uno de los viajes más sublimes es el de la mente, que te permite trasladarte espacialmente pero también temporalmente. De hecho, el viaje metafísico te conecta con diversos planos de tu propia persona, y te permite asombrarte con la grandeza de la existencia y con la multiplicidad de vidas que llegas a vivir a través de los años.

Estos viajes son particularmente importantes en tiempos de cuarentena, en los que los movimientos físicos se reducen y para los viajeros empedernidos como yo, eso puede llegar a ser un desafío muy difícil de superar.

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Quería compartir con ustedes una sensación que experimenté el otro día, ahora que las temperaturas maltesas empiezan a rondar los cálidos veintialgo grados durante el día, lo que, sumado a que salimos del invierno y al alto porcentaje de humedad insular, puede derivar en una sensación de falso verano.

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Estaba yo “haciendo pereza”, como dicen mis amigos colombianos, un domingo de estos pasadas las dos de la tarde en mi cama, mientras leía el coloso libro de Taylor Caldwell, La Columna de Hierro, sobre la vida de Marco Tulio Cicerón durante la gloria del Imperio Romano, cuando de repente de la ventana que da a mi balcón, que para efectos realistas es una puerta, entró una fantástica ráfaga de aire fresco que me vino a acariciar desde la cabeza hasta los pies, arrullándome suavemente como si fuera una hipnosis somnífera, provocándome inmediatamente una serie de escalofríos.

No tuve demasiado tiempo de reflexionar y, casi obligado por el implacable destino, cerré mi libro sin haber terminado el capítulo – lo cual ya dice mucho de la emoción que me provocó el acontecimiento, dada mi inflexibilidad con ese tipo de reglas que constituyen la armonía misma del universo – y cerré los ojos como para sentir hasta la última onda de la piel de gallina que esa ventisca me provocó.

El aire venía cargado de la esencia pura de la primavera, ya que envolvía la timidez de las últimas frescas ráfagas de invierno con la autoritaria presencia del sol de abril del pleno día Mediterráneo, como recordándonos a todos que el mar aún está fresco, que las playas aún están vacías pero que los corazones ya tienen puestos la ropa de baño.

Por acá entra la brisa fresca de la primavera del Mediterráneo, foto propia

Para mi sorpresa, el impulso siguiente no fue el de una frustración dictada por la imposibilidad de cruzar la puerta e ir corriendo al malecón que está a tres cuadras de mi casa, ni tampoco el de una saudade portuguesa añorando el adiós de un barco en un puerto que jamás vi, ni menos aún el de la angustia por no saber cuándo acabará esta bendita maldición que nos ha caído a todos encima por portarnos mal con la Pachamama como dicen varios por ahí, sino que se me dibujó una sincera y tierna sonrisa, que, perdida en una habitación de Gzira, en un edificio más de los que hemos construido a toda prisa los humanos, alzó vuelo para sumarse con la brisa que ya partía rauda y sin mucha tolerancia a las tardanzas, para asomarse por la ventana de algún otro incauto.

Se fue la brisa y nos quedamos mi piel de gallina y yo – y el pobre Cicerón a mi izquierda, bastante incómodo por haber faltado yo a las fórmulas de cortesía tradicionales – e inmediatamente me trasladé a una fabulosa imagen que me ha acompañado siempre, así en 4D, y que es suficiente para recobrar el gusto por la vida, sin tapujos, ni elucubraciones:

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Yacía yo, a mis ocho años, en la cama de mis padres de Santa Eulalia, en el inicio de la sierra limeña, algún día de los tantos en los que el astro rey no tiene rival alguno en el estrecho horizonte punteado por los cerros pelados en casi todos sus flancos, esperando que suceda algo.

Los cerros pelados de Santa Eulalia, foto propia

En mi recuerdo estoy solo, lo cual es bastante posible ya que los adultos a esa hora estarían por la piscina o alistando alguna parrilla, o incluso leyendo en las terrazas bajo sus sombreros de paja con alguna música cubana adornando los recovecos del espacio.

Las ventanas que están sobre la cabecera de la cama están abiertas completamente, no hay marco, así que cuando se abren es como si la habitación y el exterior se unieran en una misma esencia, como le gustaba afirmar a los abejorros del lugar.

Las ventanas de Santa Eulalia, foto propia

Atrás de las ventanas, es decir afuera de la casa cuando están cerradas, hay un contorno de piedra que bordea la casa y luego un par de niveles de andenes que separan el camino que va al cerro. Los andenes están bien plantados, con frutas y flores, y tras los árboles gigantes de atrás que se mecen con las notas del viento, van cayendo rayos intermitentes de sol que le dan un aura particular a cada planta que tocan. El día aún no ha llegado a su clímax.

De repente, me dispongo a salir corriendo a jugar con mi hermano y con mis primos, cuando una decidida brisa que, para efectos de este escrito, llamaremos “primaveral”, me inmovilizó por completo.

Recuerdo instantáneamente haber olvidado la idea de salir a jugar y haberme quedado inmóvil disfrutando cómo me envolvía aquella brisa que, ahora lo entiendo, traía consigo una piel erizada de una habitación Mediterránea.

Impresiones del retorno a Lima 2019-2020

Lima es una ciudad a la que siempre me ha gustado volver. He vivido en ella en dos oportunidades de mi vida y por largos períodos (la primera de niño y la segunda casi un par de décadas después, ya adulto). El problema es que nunca he logrado sentirme realmente limeño. Quizás porque en mis años de corta infancia aún no había desarrollado la consciencia de la pertenencia y porque en mi segunda larga estadía ya la había desarrollado demasiado fuera de allí.

Lo que sí es cierto es que siempre he soñado con volver. Desde que hilábamos estrategias con mi tía Yvonne, para que mis padres me mandaran desde Costa Rica a pasar los veranos primero a la casa de Chacarilla de mis abuelos y luego a la entrañable casa de Barranco de mis tíos Yvonne y Pedro, hasta la vez que planeamos con mi tío Pedro en una triangulación Montreal-París-Barranco, una visita a escondidas cuando mis padres ya vivían en Lima y yo estaba estudiando en Poitiers, Francia.

Casa de Barranco de mis tíos Yvonne y Pedro donde pasé entrañables veranos. Foto de mis tíos.

Mis retornos a Lima han sido tan memorables que he construido recuerdos más vívidos aún que si yo hubiese vivido allí de corrido.

El mejor sentimiento es el de ver cómo las cosas evolucionaron en esa ciudad llena de energías, de historias y de misterios, desde inicios de los 90’ cuando me fui dejando una masa de concreto caótica, desordenada, sucia, a la merced de las enfermedades, de la violencia y de la pobreza, para ir reencontrándome siempre con una nueva cara, siempre cambiante, siempre “mejorada”, de mi ciudad natal.

Recuerdo perfectamente aquél día en que mi madre volvió de visita del Perú y nos contaba en la mesa del Café-Restaurante 1900, que mis padres llevaban con orgullo y mucho esfuerzo en Los Yoses, San José, Costa Rica, que en Lima los parques tenían flores y estaban bien cuidados. Mi padre y yo nos reíamos, incrédulos, de aquellas quimeras de mi madre. Daba la impresión que no hubiese salido de los jardines de la casa de mi abuelo donde se estaba quedando en aquella oportunidad. Pero mi madre insistía en su punto con una seriedad que dejaba entreverse entre sus mágicas carcajadas que siempre la han acompañado cuando cuenta una buena historia.

Cuando regresé a Lima, a los pocos meses, lo comprobé por mí mismo. Los parques estaban bien cuidados, efectivamente, y más que eso, los montículos de basura que se apilaban en cada esquina habían desaparecido. Algunas nuevas construcciones empezaban a erigirse dejando dibujarse un horizonte bastante poblado de grúas y camiones que llevaban los escombros a la costa verde, donde más adelante el material desechado permitió su expansión, seguramente con algún costo ambiental bastante elevado.

Foto tomada por mi amigo Ezequiel Galotti (IG @egalotti), a quien no le pedi permiso, pero sacó fabulosas fotos de Lima. Aquí se ve lo bien cuidados que están los parques en la ciudad de los Reyes.

Aún persistían los lanchones que iban desde Barranco hasta el Centro de Lima por la vía expresa, las combis y el comercio ambulatorio, pero los cambios se sentían, la gente empezaba a cambiar su forma de vestir, su forma de apropiarse de la ciudad.

Recuerdo también otro retorno en el que había novelería en el aire ya que Juan Sebastián y Patricia, muy amigos de la familia, acababan de comprarse un auto nuevo, un Peugeot del año si recuerdo bien, lo cual parecía algo completamente inaudito en una ciudad con un parque automotor de más de 20 años en promedio y en la que los robos y la inseguridad aún estaban a la orden del día. En ese viaje comencé a notar que Juan Sebastián y Patricia no eran los únicos “locos” y que ya algunos ciudadanos estaban permitiéndose ese lujo que en Costa Rica era más bien algo así como un imperativo social.

Todos esos cambios, incluyendo la destrucción de la casa de mis abuelos para construir un edificio de apartamentos, iban causando impactos fuertes en mi, que me ponían en vilo cada vez que volvía a Lima, expectante de cuáles serían las próximas mutaciones.

Esta vez no fue la excepción. Fui a pasar las fiestas navideñas con mis padres y a recibir el 2020. Apenas un año después de haber dejado Lima, regresé para encontrar varios cambios: sobre el tema vial, aunque no me lo vayan a creer mis amigos limeños, vi más orden. Quizás la introducción del pico y placa o la inauguración de algunas obras como el viaducto de la bajada Armendáriz a la playa hayan contribuido con mi percepción, pero no fui el único, ya que le hice notar a mi madre, por ejemplo, que la avenida Javier Prado, la más transitada del país, ya estaba libre de combis y rutas particulares y que éstas habían sido sustituidas por buses del corredor rojo (creo) de la Municipalidad de Lima. Esto era algo impensable algunos años atrás. Me da esperanzas también la creación de la Autoridad del Transporte Urbano que espero pueda seguir corrigiendo años de mala planificación aunque lo más importante será la educación cívica de los conductores y de los peatones.

Viaducto en la bajada de Armendáriz, recientemente inaugurado. Foto extraída de:
https://peru21.pe/lima/jorge-munoz-entrego-viaducto-armendariz-conecta-miraflores-barranco-nndc-486797-noticia/

También noté una disminución en la construcción y la consolidación de las edificaciones de viviendas y oficinas. La calle Las Begonias en San Isidro ha sabido transformarse bien en un centro empresarial moderno y la peatonalización de la callecita de atrás del centro comercial Las Ramblas en San Borja, le hace mucho bien a esa zona. De igual manera la masificación de los servicios de alquiler de bicicletas y scooters, al menos en Miraflores, permite una mejor movilización de los ciudadanos con alternativas reales al vehículo motorizado.

Centro empresarial de Las Begonias. Foto propia, Ene 2020.


Otro de los aspectos que me llamó la atención es que la escena gastronómica sigue vibrante y reinventándose y estoy convencido que Lima hoy se ha convertido en una de las mejores ciudades del mundo para salir a comer. Falta mejorar el servicio al comensal que a pesar de ser amable, muchas veces no es todo lo profesional que debería en lugares que cobran como para no tener faltas, pero el corazón todo lo perdona al sentir los sabores mágicos de la historia del Perú fusionados por la diversidad limeña.

Delicias gastronómicas en Jerónimo (Miraflores). Muchas gracias a mi amigo del alma André Morin por la invitación. Foto propia, Dic, 2019.

Otro gran cambio que yo vi venir, pero que ahora ya se ha asentado, es el de la presencia de la migración, algo que estuvo siempre ausente de Lima durante todos los años de mi vida, ya que las clásicas diásporas italiana, china y japonesa son más bien de años anteriores. La migración venezolana que ya está cerca al millón de personas en el Perú, muchos de los cuales han escogido Lima como punto de anclaje, refleja una salud económica del país que nadie puede negar ya que de lo contrario los migrantes no se quedarían allí y seguirían su rumbo hacia otros destinos. Como todas las migraciones anteriores, la venezolana influencia nuestra sociedad, nos enriquece y nos hace crecer.

Por otro lado, me molesta un poco que muchos limeños sean mezquinos con su tierra, que se quejen más de lo que aprecian sus bondades y lo puedo entender, porque uno siempre es susceptible a los problemas cotidianos, pero no podemos ser derrotistas y fatalistas y quedarnos en lo negativo, de lo contrario no podremos nunca disfrutar de todo lo que tiene la ciudad para ofrecernos. Entiendo perfectamente los problemas de Lima y del Perú y creo que son serios y que merecen atención, pero no me voy a detener aquí a mencionarlos ni a intentar proponer soluciones, porque ese es no es el propósito de un blog de viajes.

Mi propósito es comentar sobre la sensación de retorno, sobre la importancia de reconocer los cambios y las evoluciones y sus enseñanzas. La más importante de todas es que todo se transforma, nada es inmóvil, así que aprovechemos lo que tenemos ahora porque no sabemos si mañana va a estar allí.

Croquetas y tequeños con mi amiga de toda la vida Carolina Dawson en Popular (Larcomar). Foto propia, Dic, 2019.

Claramente yo soy un migrante en el alma, me gusta moverme, no puedo quedarme quieto en un solo lugar – y eso que lo he intentado – y sé que es más fácil ver lo bueno cuando uno está de paso, pero justamente esa mirada externa ayuda a relativizar la inmersión en la “realidad” de cada quien.

Ya sé que muchos me van a criticar por una visión miraflorina de Lima y van a querer señalarme que Lima es mucho más, que Lima es también los conos, el centro, Chorrillos y hasta el Callao. Yo lo sé, pero es inevitable comentar sobre lo que uno conoce, sobre la realidad que nos toca vivir y esta es la mía y es tan real como cualquier otra. Nadie puede negar que Miraflores está allí y que es un distrito lleno de vida, movimiento cultural y gastronómico y que tiene maravillosos espacios públicos que disfrutan muchísimos limeños sin importar de donde vengan.

Escribo estas líneas desde París, a escasos metros del Sena y del Pont Neuf y no puedo dejar de pensar en cuánto daría por dar cuatro pasos y comerme un buen lomo saltado o un apanado con tallarines a la huancaína.

Atardeceres de verano de Lima… simplemente maravillosos… Foto propia, Dic 2019.

Lima… ya volveré… y sé que la Lima que vi hasta antes de ayer, y la Lima que vi todas las veces que volví nunca más la volveré a ver y que muchas sorpresas me esperan al voltear la página. Keep them coming!

Viajes gastronómicos

Hace poco tuve una de mis mejores experiencias gastronómicas y recordé que esta era de una mis formas favoritas de viajar. Para este tipo de viajes, no es necesario ir a ningún lugar en particular, ni siquiera subirse a un avión. Muchas veces tienes templos de peregrinación culinaria a tres pasos de tu casa y mientras estás bajo las cobijas viendo Netflix, decenas de personas están deleitando su alma y cuerpo a través de los olores, texturas y recuerdos…

Siempre he sido de buen diente y me muevo bien desde los mercados populares hasta los restaurantes con dress code exigente y mis platos favoritos se encuentran dentro de una amplia y generosa gama que va desde el gallo pinto con huevo costarricense hasta el foie gras del Périgord, pasando por un sándwich de lomo limeño o un pollo al curry verde tailandés.

Más allá que cada uno de esos platos me transmita sentimientos y emociones muy particulares y me permita viajar cada vez que siento sus olores, hay algunas experiencias gastronómicas que realmente han sido sublimes y que son parte constitutiva de mi existencia

Voy a hacer un recuento de las cinco experiencias más espectaculares, teniendo en cuenta los siguientes criterios:

  1. Calidad y sabor de la comida
  2. Presentación
  3. Propuesta innovadora
  4. Ambientación
  5. Atención/Servicio (este es un aspecto fundamental ya que la atención puede ser un vehículo para apreciar la gastronomía tanto como un distractor o un incluso un impedimento para hacerlo)

Es realmente muy difícil para mí elegir a los cinco mejores, ya que hay muchísimas experiencias que se me vienen a la mente, pero he intentado ser lo más objetivo posible, así que aquí va mi ranking:

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5) De Mondion – Mdina, Malta

El De Mondion es un maravilloso restaurante albergado por el Hotel Xara Palace, el único hotel 5 estrellas de la fantástica ciudad amurallada de Mdina.

La experiencia del De Mondion inicia mucho antes de ingresar al Xara Palace, ya que en realidad para ir a este magnífico restaurante, la idea es ir a pasear por las mágicas callecitas de Mdina, una de las joyas arquitectónicas de Malta, que alberga varios siglos de historia con sus respectivas – y variadas – influencias culturales.

Para ingresar al restaurante uno debe pasar por la puerta principal del hotel y atravesar el sobrio y elegante lobby para llegar al ascensor que sube directamente al De Mondion. Al cruzar la puerta principal, la recepción ya es totalmente personalizada , pues el personal sabe perfectamente quién eres, por qué ocasión especial vienes y te llaman por tu nombre y, cuando pueden, en tu idioma.

Debido a que yo ya me había hospedado previamente en el hotel – pero nunca había ido a cenar al restaurante – ellos ya tenían mis datos almacenados, por lo que la atención y el servicio fueron aún más personalizados. En este caso, la ocasión principal era festejar el cumpleaños de mi madre querida que me visitaba en Malta junto con mi papá por unos días y su cumpleaños coincidía justamente con su primer día en la isla. ¡Un acierto total haber venido aquí!

El restaurante tiene dos ambientes: un salón interior muy elegante, sobre todo apto para el invierno y días lluviosos, el cual consta de unas 10 mesas máximo; y una terraza larga con una maravillosa vista sobre el sudeste de la isla, principalmente campos cultivados, siluetas urbanas y el Mediterráneo al fondo.

De Mondion, Mdina, Malta
https://demondion.com/

Lo bueno de Malta es que a finales de setiembre o incluso en los primeros días de octubre el clima es totalmente benevolente y permite que tengas una cena muy placentera en exteriores.

La terraza no tiene más de 8 mesas y eso permite que la atención sea totalmente personalizada y muy sofisticada. La carta de vinos es una de las mejores que he visto nunca y las recomendaciones fueron bastante adecuadas.

Los platos son auténticas creaciones del chef basadas en recetas internacionales y de la cocina local maltesa, muy bien logrados y con una presentación impecable. Recuerdo particularmente los agnolotti con ricotta y el enrollado de conejo maltés, aunque toda la cena estuvo fantástica.

Para coronar la atención, al finalizar salió incluso a despedirse el chef, un joven con una actitud nonchalante, muy jovial, como si no acabara crear medio centenar de obras maestras distribuidas entre las pocas y felices mesas del lugar.

 Al salir, los doscientos metros que separan la puerta principal del Xara Palace, con la entrada principal de la muralla de Mdina se sienten casi casi como caminar en un sueño.

Experiencia redonda.

  1. Calidad y sabor de la comida: 4.5/5
  2. Presentación: 4/5
  3. Propuesta innovadora: 4/5
  4. Ambientación: 5/5
  5. Atención/Servicio: 4.5/5

Nota final: 4.4

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4) Les Climats – París, Francia

Este es mi descubrimiento más reciente. Se trata de un maravilloso restaurante bourgignon situado en Rue de Lille, en el 7ème arrondissement.

Es un fabuloso edificio de principios del siglo XX, totalmente Art Nouveau como la tendencia de la época mandaba y que estuvo destinado para las «Demoiselles de la Poste».

El restaurante tiene 4 ambientes: el bar, abierto sobre una de las cavas; el jardín de invierno, con grandes ventanales; el jardín-terraza que permite almuerzos en un ambiente de “exteriores” cuando el clima lo permite y la sala principal del restaurante con una magnífica decoración que hace honor al edificio.

Les Climats, Paris
http://lesclimats.fr/

Les Climats tiene una estrella Michelin desde el 2015 y tiene la mejor carta de vinos que he visto en mi vida. Está especializado en la región de Bourgogne, ciertamente, y eso es lo que uno tiene que ir a buscar ya que, como nos lo dijo nuestro anfitrión de esa noche, este lugar es como una embajada de la Bourgogne en París.

Más allá de la increíble selección de vinos y un maridaje perfecto, la innovación y presentación de los platos no tuvo falla alguna, en ningún momento. Eso, combinado con una atención superlativa y dedicada del sommelier y de todo el equipo, incluida la dueña, hizo de una cena de negocios, un momento realmente inolvidable.

No está demás decir que nuestro anfitrión se ganó el reconocimiento de todos los presentes y pobre de aquél que le toque organizar la próxima cena de este selecto grupo de comensales.

  1. Calidad y sabor de la comida: 4.5/5
  2. Presentación: 4.5/5
  3. Propuesta innovadora: 4/5
  4. Ambientación: 5/5
  5. Atención/Servicio: 4.5/5

Nota final: 4.5

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3) Tegui – Buenos Aires, Argentina

Guardo un maravilloso recuerdo del Tegui, y particularmente cálido, ya que pude reservar una mesa con muy poco tiempo de anticipación, gracias a mi gran amigo Álvaro, quien fue el sommelier de este fabuloso restaurante.

Situado en la calle Costa Rica, en el “recopado” barrio de Palermo, el restaurante por fuera pasa totalmente desapercibido entre paredes con grafitis y casitas de doble planta que son típicas de la zona. Es decir, tienes que ir con la dirección en la mano.

Seguro porque nos habían recomendado, aunque en realidad espero e intuyo que debe ser así con todo el mundo, nos recibieron muy bien, muy amablemente, con una sonrisa cercana y una copa de espumante local de gran calidad, como la Argentina sabe bien producir.

Tegui, Buenos Aires
https://tegui.meitre.com/

El restaurante es moderno y tiene un display alargado, con la cocina al fondo, muy abierta, entre las mesas, como que todo hace parte de un solo ambiente.

El menú es lo más atractivo del restaurant: es una propuesta enfocada en la comida y eso está muy bien la verdad, porque a fin de cuentas es lo que uno va a hacer a un restaurante ¿no? A comer. Se trata pues de un festín en varios tiempos que consiste en un repaso geográfico de la Argentina diversa, donde desfilan desde algas y erizos hasta cachete de cerdo, todo realmente muy bien logrado, muy bien acompasado y muy bien acompañado de diversos vinos que produce este gran país que, a mi juicio, es el que tiene la mejor propuesta vinícola del continente Americano.

La franqueza de la propuesta y la innovación de lo que sirven en la mesa redondea una serie de aspectos que realmente permiten que te sientas en un viaje de sur a norte y de este a oeste de la vasta Argentina.

La ocasión de esta cena fue celebrar el primer cumpleaños de Aimeé como mi esposa, ya que nos acabábamos de casar hacía pocos meses y recuerdo que, al salir del restaurante, después de un fabuloso maridaje y unas cuantas copas cortesía de la casa por ser amigo “recomendado”, me sentía flotando. Las cinco cuadras que separaban el restaurante del apartamento donde nos estábamos quedando se sintieron inmediatas y tanto la lluvia como el frío no impidieron que el trayecto de retorno termine de cuajar una experiencia completa.

  1. Calidad y sabor de la comida: 4.5/5
  2. Presentación: 4.5/5
  3. Propuesta innovadora: 5/5
  4. Ambientación: 4/5
  5. Atención/Servicio: 4.5/5

Nota final: 4.5

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2) Central – Lima, Perú

Calificar a Central es muy complicado para mí, ya que he estado cinco veces en este restaurante que durante varios años ocupó el primer lugar de los mejores restaurantes de América Latina, y con razón, aunque ya que estoy hablando de experiencias, me gustaría referirme a una en particular y no al conjunto, por más que sea difícil de cernir mis memorias en uno sólo de esos momentos, pero lo voy a intentar.

Para empezar, Central ya cambió de casa, ahora está en Barranco, donde no los he visitado aún, pero todas las veces que fui estaban en su local tradicional de Miraflores. En realidad, yo viví mis primeros ocho años de vida en una casa que estaba muy cerca de allí, a unas pocas cuadras, por lo que este siempre ha sido “mi barrio”, así que para mí, se sentía bien.

La experiencia a la que me voy a referir fue cuando fuimos por el cumpleaños de mi madre querida a quien, cuando leo estas líneas, veo que he tenido la ocasión de invitar a lugares que son muy especiales para mi y eso me alegra muchísimo.

El Central de esa época era un restaurante de pequeñas mesas, muy cerquita unas de otras, con una separación visible de la cocina donde siempre vi al chef y estrella, Virgilio Martínez, metiendo mano y dirigiendo todo.

Central es una experiencia completa, sesuda, bien trabajada y bien lograda, que nace de la investigación de los productos más impensados del Perú, un país de una diversidad impresionante de climas y ecosistemas. Virgilio Martínez supo poner en valor productos que nunca se habían consumido y otros que quizás se consumían en lugares muy recónditos del país pero que nadie conocía realmente en las zonas urbanas del Perú.

El servicio es muy esmerado y con muy buen timing. Los platos salen en el momento perfecto y son, en sí, una obra de arte, que presenta muchos elementos para todos los sentidos.

Cuando fuimos para esa ocasión aún era posible pedir a la carta, aunque ahora ya se trata solamente de menús degustación. Preguntamos y pedimos todas las recomendaciones de la casa y en cada caso el resultado fue simplemente sublime.

Es imposible calificar a Central sólo por uno o dos de sus aspectos, es realmente un restaurante que lo abarca todo, es un festival sensorial y es un viaje en sí por el Perú del siglo XXI, un país redescubierto que aún tiene vastas tierras desconocidas, que se cristaliza en propuestas gastronómicas osadas y en descubrimientos que hacen reflexionar. En definitiva, un gran viaje.

  1. Calidad y sabor de la comida 5/5
  2. Presentación: 5/5
  3. Propuesta innovadora: 5/5
  4. Ambientación: 4.5/5
  5. Atención/Servicio: 4.5/5

Nota final: 4.8

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  1. Le Jules Verne – París, Francia

Le Jules Verne más que un restaurante, es un sueño, y eso mismo es lo que proponía Alain Ducasse, quien manejaba el restaurante cuando tuvimos la ocasión de ir, aunque ahora ya está en manos de Frédéric Anton.

Todos los que han administrado este restaurante desde hace ya casi cuarenta años han ganado una estrella Michelin y es entendible que todos le quieran dar el nivel que se merece la experiencia de cenar a 125 metros de altura, en uno de los íconos urbanos más reconocidos del mundo entero: la Tour Eiffel.

La experiencia empieza muchísimo antes: desde que haces la reserva del paquete especial que incluye una mesa “côté fenêtre” que viene en una cajita maravillosa con fotos y con la tarjeta de reserva que debe ser guardada preciosamente (porque la cena ya está prepagada en ese momento) y sueñas con el momento que entrarás ahí.

Le Jules Verne, Paris
https://www.restaurants-toureiffel.com/en/jules-verne-restaurant.html

Y, efectivamente, desde que pones un pie dentro de la salita de espera del ascensor exclusivo, ubicada en el pilar sur de la Torre, ya el sueño inicia. El anfitrión que te recibe te va introduciendo en el mundo de Gustave Eiffel y del Jules Verne, dándote datos interesantes que te permiten entender qué tan especial es el momento que vas a vivir.

Una vez arriba, te recibe un séquito de personal de servicio que te lleva a tu mesa y desde ese momento hasta que sales no dejas de soñar y de viajar. Cada nuevo manjar que traen es más exquisito y mejor presentado que el anterior. El servicio se esmera en ser personalizado a pesar de ser un restaurante con mucho movimiento y, lo mejor de todo, no hay prisas. Sin importar que hayamos ido a las 8pm, fuimos los últimos en salir del restaurante, ya pasada la media noche y nadie nunca nos dio siquiera una mirada de reojo para apurarnos en lo absoluto.

La vista sobre París iluminado es suficiente para soñar despierto, pero esa vista, conjugada con una gastronomía de muy alto nivel, te garantiza el nirvana. No hay nada mejor. Es una experiencia completa.

En este escenario le pedí la mano a Aimeé y puedo decir que no hay mejor lugar que ese para soñar de esa manera, viendo el Sena desde lo alto transcurrir apacible flanqueado de algunos de los monumentos más hermosos del mundo, adornado con las tenues luces interminables de las avenidas y bulevares. El destino luego hace de las suyas, pero las experiencias quedan ahí, para siempre.

  1. Calidad y sabor de la comida 4.5/5
  2. Presentación: 5/5
  3. Propuesta innovadora: 5/5
  4. Ambientación: 5/5
  5. Atención/Servicio: 5/5

Nota final: 4.9

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Mención honrosa para el restaurant de la Bodega Bouza en Uruguay que tiene el mejor centro de asado del universo, acompañado con su vino estrella, el Montevideu, una composición de Tannat, Merlot y Tempranillo que les ha quedado a la altura de los grandes vinos del mundo, en un escenario campestre, muy bucólico y muy uruguayo. Algunos dirán que es demasiado simple para incluirlo en esta lista, pero si cierro los ojos en este instante puedo saborear cada bocado de la carne e imaginarme el vino a temperatura perfecta alegrarme las papilas y nadie me saca lo oriental de la cabeza hasta volver a abrirlos.

Restaurante de la Bodega Bouza
http://www.bodegabouza.com/restaurante/

Así que ahí cierro queridos lectores, el ranking de mis cinco mejores experiencias gastronómicas de todos los tiempos y su yapa. Prometo actualizar este post cuando haya un nuevo contendor. También prometo esforzarme por encontrarlo pronto.

La Justicia del fin del mundo

Infinita belleza del fin del mundo. Foto propia, Bariloche, Mayo 2017.

La Patagonia argentina es uno de esos mágicos lugares en los que lo imponente de la naturaleza parece haber sabido convivir siempre en perfecta simbiosis con los seres humanos que la pueblan. Nada más falso.

Estas magníficas tierras de extensos valles gélidos y gloriosas montañas boscosas fueron el hogar de diversas tribus autóctonas, como los Tehuelche, los Puelche o los Mapuche quienes habitaron el espacio de acuerdo a sus usos y costumbres hasta fines del siglo XIX. En 1878 el general Julio Argentino Roca emprendió la Campaña del Desierto, operación militar que tuvo como objetivo desaparecer a los pueblos indígenas de la Patagonia argentina para facilitar su desarrollo por parte de los colonos europeos.

Ocaso en el fin del mundo. Isla Victoria, mayo 2017. Foto propia.

Esta importante parte de la historia argentina muchas veces se pasa por alto cuando se menciona que sus habitantes son básicamente europeos establecidos en América, lo cual es cierto en gran medida, pero no del todo. Hay aún muchos argentinos descendientes de los pueblos originarios de estas tierras, cuyas culturas ya se han destilado junto con las migraciones que llegaron al país austral de forma importante desde el siglo XIX.

Uno de los orígenes de los migrantes de las tierras patagónicas fue Alemania. Los primeros colonos alemanes de estas tierras arribaron a principios del siglo XIX, sin embargo después de la campaña del desierto empezaron a asentarse más y más colonos germánicos, motivados por las oportunidades comerciales con el vecino Chile, donde también proliferaban las colonias de inmigrantes alemanes, así como por las generosas políticas del gobierno argentino para la repoblación europea de estas tierras.

Influencia alemana en Bariloche, Argentina. Foto propia, Mayo 2017.

De hecho recuerdo cuando llegamos con Aimeé por primera vez a Bariloche, en un particularmente frío mes de mayo en el que nevó, y bien. Eran pasadas las tres de la tarde y queríamos aprovechar las últimas tres horas de luz que la estación nos ofrecía y nos anotamos a un tour por la ciudad que promovía la oficina de turismo local. Era el tour de la presencia alemana en Bariloche.

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Erich Priebke nació el 29 de Julio de 1913 en Hennigsdorf, una pequeña ciudad de Brandenburgo al norte de Berlín en una familia modesta. Huérfano de padre y madre a una temprana edad, se mudó a Berlín donde vivía con su tío y empezó a trabajar en la industria hotelera, lo que lo llevó a Italia y al Reino Unido, donde se instruyó en lenguas extranjeras. En 1936 lo contrata la Gestapo, la tristemente célebre policía secreta alemana, para trabajar como intérprete y traductor.

Cuando estalló la segunda guerra mundial, Priebke fue destacado a Roma por sus habilidades con el idioma. Permaneció allí hasta el final de la guerra cuando fue aprisionado por los soldados británicos y recluido en una cárcel cerca a Rimini.

Erich Priebke en su juventud en la Gestapo. Foto extraída de
https://real-life-villains.fandom.com/wiki/Erich_Priebke

La asignación de Priebke a una posición en la Italia de Mussolini podría haberse entendido como una cierta recompensa, ya que lo alejaba de los frentes de combate más arduos y riesgosos. En Roma sus obligaciones se centraban en controlar a la comunidad judía, así como en minimizar las acciones de los enemigos del eje, entre los que se encontraban los partisanos italianos.

El 23 de Marzo de 1944 miembros de los Grupos de Acción Patriótica (GAP), partisanos italianos, realizaron una emboscada en Roma a los miembros de la SS, la temida policía del Estado alemán de camisas negras compuesta por las élites y que tuvieron a su cargo la gestión de los campos de concentración nazis. 33 miembros de la SS fueron asesinados ese día a punta de bombas, granadas y disparos realizados por la GAP.

Al día siguiente las órdenes de la SS y de la Gestapo eran claras: debía sancionarse este acto terrorista – como lo llamaban los nazis –, para lo cual la pena estaba ya dictada. Era la regla del 10 x 1, es decir había que fusilar a 10 italianos por cada alemán asesinado.

Así, con toda prontitud Erich Priebke preparó la lista de los 330 prisioneros que serían ejecutados luego en las fosas Ardeatinas en los alrededores de la capital italiana. Pero como Priebke era diligente y, vamos, que estábamos en guerra y a él, un mando medio de la Gestapo que no había conocido demasiadas glorias, no le iban a venir con vainas, le sumó cinco nombres a su lista. Total, la eficiencia era uno de los principios más valorados de la maquinaria nazi.

En grupos de 5 los prisioneros fueron ejecutados en las fosas hasta completar la labor. Incluso Priebke ejecutó con sus propias manos a dos de los prisioneros, como se comprobaría años más tarde. Pero los días del control del Eje en la capital italiana estaban ya contados: poco tiempo después, el 04 de Junio de ese mismo año las tropas aliadas, a cargo del general Clark, tomaron posesión de Roma. En la huída Priebke fue hecho prisionero.

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Por esos años el emblemático líder argentino Juan Domingo Perón ya estaba totalmente enrumbado hacia su larga permanencia en el poder. Admirador de Mussolini y de Franco, Perón sentía una afinidad natural hacia las derrotadas fuerzas del Eje. Impulsor, además de la industrialización argentina, desde que llegó al poder tuvo una política abierta para recibir a los ex líderes nazis, muchos de los cuales tenían sólidas formaciones académicas y profesionales y creía que podrían aportar al desarrollo de la Argentina.

La Patagonia argentina, refugio nazi después de la Segunda Guerra Mundial. Foto propia, Bariloche, mayo 2017.

Los nazis, por su parte, acorralados por la derrota y con juicios por genocidio y crímenes contra la humanidad encima, buscaban huir allí donde nadie los encontrara, donde podrían refugiarse de la Justicia y de sus actos, donde la gente los saludaría por las calles y ellos podrían volver a ser notables, profesores, personas admiradas.

La confluencia de factores resultó en un nuevo hogar para los nazis: la Patagonia argentina. Un país con un líder que no los deportaría para retornar a Europa a enfrentar a la Justicia, en un lugar que ya contaba con una importante presencia alemana desde hacía casi un siglo, en un espacio natural generoso y bellísimo y lo mejor de todo: en el fin del mundo. ¿Qué otro lugar mejor para volver a hacer sus vidas?

Muchos nazis, de todos los rangos, llegaron a Argentina en los años posteriores a la derrota nazi, como los temibles Adolf Eichmann, uno de los artífices de la solución final, o el deplorable Josef Mengele, el ángel de la muerte, doctor que experimentó con los recluidos en los campos de concentración, toda suerte de horrendos actos. Entre ellos estaba Erich Priebke.

En efecto, en reclusión en Rimini, Priebke logró escapar de sus guardias británicos en 1946 y se escabulló en Austria, en un monasterio franciscano en las montañas tirolesas, donde fue rebautizado como Otto Pape, por un cura con el que hizo amistad. Enterado de la asunción de Perón al poder e impulsado por los anhelos de una vida próspera y tranquila, evadiendo la Justicia, emprendió el viaje hacia Bariloche, ciudad que lo acogería bajo su nueva identidad por casi medio siglo.

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El tour de la historia de la presencia e influencia alemana en Bariloche permite descubrir diversos puntos de interés durante unas casi tres horas de caminata pausada y reflexiva por la ciudad y culmina en un parque bordeado de casas apacibles. “Este era el barrio nazi”, nos cuenta el guía, urgiéndonos que nos movamos unos centímetros hacia un lado para aprovechar los últimos rayos de sol del día que se escurrían entre las copas de los árboles cercanos. A cero grados parece una recomendación razonable.

Atardecer en el ex barrio nazi. Bariloche, mayo 2017. Foto propia.

“Piensen ustedes que en este barrio vivían varios nazis que se exiliaron aquí, algunos de los cuales quizás se conocían ya antes de venir. Aquí caminaban, se saludaban olvidando el pasado” – ¿Olvidarían de verdad? ¿Hablarían de eso en sus reuniones íntimas? ¿Les pesaría la consciencia en la noche antes de dormir? –. “En este parque salían a pasear y a tomar el sol”, prosigue el guía.

Esas últimas palabras vendrían junto con el cierre de la tarde y la despedida rauda del grupo. Yo me fui apresurado a una tienda de aparejos de pesca – lo más cercano que encontré- para comprar un gorrito y un par de guantes para soportar el frío que más tarde pasaría a terreno negativo y Aimeé se compró una pañoletas para el viento que hasta el día de hoy usa en variedad de estaciones.

Imagino esos 50 años que le regaló el universo a Priebke, ahora Otto Pape, para reflexionar y arrepentirse, para recomponerse como ser humano y me pregunto si alguna vez volvió a pensar con algún remordimiento en esas 335 personas que perecieron en las Ardeatinas.

Parece que no.

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Medio siglo después, un equipo de televisión estadounidense de la cadena ABC, que estaba siguiendo los rastros de los nazis exiliados que nunca enfrentaron a la Justicia, encontró la pista de Priebke en Bariloche gracias al libro El Pintor de la Suiza Argentina, de Esteban Buch, en el que se daba cuenta de su evasión patagónica.

Después de una revisión documentaria bien realizada, el equipo de investigación halló una confesión de parte en la que Priebke reconocía haber participado en la masacre de las Ardeatinas. También descubrieron otros documentos en los que Priebke firmaba y autorizaba el traslado de judíos italianos a diversos campos de concentración nazis. Con estos documentos en mano, el equipo de la ABC inició un trabajo de seguimiento a Otto Pape en Bariloche hasta que un buen día el reportero Sam Donaldson, lo encaró.

Suelto de huesos, Pape admitió frente a cámaras ser Erich Priebke y haber cometido los crímenes de los que se le acusaba. Su consciencia parecía tranquila. Los ejecutados eran terroristas y, además, en tiempos de guerra los civiles mueren, qué se le va a hacer… el fin del mundo había sido compasivo con él. Por algo sería.

La conversación acaba abruptamente cuando Priebke, descubierto, se sube a su automóvil y se va ofuscado, increpándole a Donaldson You´re not a gentlemen. Voilà.

Momento en el que Erich Priebke es encarado por Sam Donaldson, de la cadena estadounidense de noticias ABC.

Inmediatamente después de haberse conocido la noticia, el gobierno italiano solicitó la extradición de Priebke para someterse a la Justicia italiana y responder por sus actos. Luego de un largo ida y vuelta burocrático y de algunos vaivenes políticos, Priebke fue finalmente extraditado a Italia en 1995. Tenía 82 años.

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Un par de años después Priebke fue condenado por la Justicia italiana a cadena perpetua. El mayor argumento de defensa, que él solamente seguía órdenes de sus superiores, fue destruido por aquella ambición de juventud que lo llevó a inscribir 5 nombres adicionales en aquella fatídica lista. Esa muestra de voluntad propia de servir al régimen y de dar el extra por su país y por su régimen era una prueba inequívoca de criterio propio.

Al mismo tiempo, la Justicia Italiana le negó la extradición al gobierno alemán que también había solicitado que Priebke sea juzgado en sus cortes. El argumento de la Justicia italiana para negar la extradición fue que la misma persona no podía ser juzgada dos veces por el mismo crimen.

Debido a su edad, Priebke fue recluido en prisión domiciliaria, la cual no fue muy estricta, como lo evidencian algunos actos como sus celebraciones de cumpleaños o sus paseos por el centro de Roma que fueron captados por la prensa y que generaron aireadas protestas de la comunidad judía italiana.

Priebke murió en Roma en Octubre de 2013, habiendo ya cumplido su centenario. Su petición de ser enterrado en Bariloche junto a su esposa fue denegada y así, fue sepultado en un lugar sólo conocido por sus familiares.

Extraña Justicia la que enfrentan algunos.

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Al día siguiente visitamos los cerros nevados de Bariloche y su centro de esquí del cerro Catedral. Contemplamos la inmensidad de los verdes paisajes desde el Cerro Campanario. En esa estadía también navegamos por el magnífico lago Nahuel Huapi y sus espléndidas islas cubiertas de verdor y de vida.

La vida del fin del mundo. Los arrayanes no te juzgan. Foto propia, Mayo 2017.

Entendí por qué si alguien se quisiera refugiar de algo, por cualquier razón que sea, tendría razón de ir allí. Sin duda sería feliz. Después de todo, el fin del mundo no tiene la culpa que la barbarie y la crueldad de los hombres no haya conocido límite alguno. Los arrayanes crecen igual, no te juzgan. No es su razón de ser.

El viaje del amor

¡Nuestro futuro nos espera por allá! Joaquín y Aimeé 24/09/2016
Foto de Jamil Valle

Pocas experiencias en la vida son tan profundas y estremecedoras como el amor. El amor te impulsa a tomar decisiones que de otra forma son impensables, te abre puertas del destino que estaban ocultas a simple vista y te permite emocionarte con una amplia gama de sentimientos que, in fine, te recuerdan que estás vivo.

El amor es un motor incuestionable de la humanidad que, en su extrema pureza, está desposeído de posiciones políticas, es contrario a las convenciones sociales y es más efectivo en conversiones religiosas que la propia inquisición. El amor ciega, nubla, obnubila, engloba, acapara, y a la vez es un sublime elíxir de una fineza exquisita que emana de la esencia de la felicidad, aquella que te emborracha con un sorbo, que te deja extasiado por instantes infinitos en los que le encuentras sentido a la existencia.

Jorge Luis Borges, por ejemplo, en su poema El enamorado se permite anular toda existencia ajena al amor y sugiere que no hay siquiera pasado que cuente:

El enamorado

Lunas, marfiles, instrumentos, rosas, 
lámparas y la línea de Durero, 
las nueve cifras y el cambiante cero, 
debo fingir que existen esas cosas. 


Debo fingir que en el pasado fueron 
Persépolis y Roma y que una arena 
sutil midió la suerte de la almena 
que los siglos de hierro deshicieron. 

Debo fingir las armas y la pira 
de la epopeya y los pesados mares 
que roen de la tierra los pilares. 


Debo fingir que hay otros. Es mentira. 
Sólo tú eres. Tú, mi desventura 
y mi ventura, inagotable y pura.

Jorge Luis Borges

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Como a todos, el amor también ha moldeado la historia de mi vida. Esto, sin lugar a dudas lo puedo escribir desde mi casita de pueblo maltesa, a donde llegué inspirado por los anhelos y proyectos de mi esposa Aimeé. Así pues, después de una historia de amor madura, de más de 7 años de entendernos y enredarnos, se concretó lo que le prometí desde el principio de nuestra relación: que ella podría elegir nuestro próximo destino en función a sus aspiraciones y a sus motivaciones personales.

Crystal Dreams Joaquín & Aimeé – Primera foto juntos, diciembre 2011
Foto cortesía de mi madre, Jeannine Ferrand.

El amor es pues, sin duda, desinteresado y… ¡Qué bueno que así lo sea! Hay un sentido de la aventura mucho mayor en el gran riesgo de no tener la menor idea de cuáles van a ser tus próximos pasos, de cuándo los vas dar, así como una enorme satisfacción en contemplar cómo las individualidades también pueden florecer en una relación de pareja. Bueno, la verdad es que yo no creo en actos completamente desinteresados, puesto que éstos nacen de la consciencia inexorablemente individual del ser humano, sin embargo, aquí la recompensa personal radica en la felicidad del otro y si bien existen efímeros rastros de interés personal, el amor es quizás una de las fuerzas del universo humano más desposeídas de individualismo.

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Cuando Aimeé y yo tenemos la oportunidad de contar nuestra historia y relatamos cómo llegamos aquí, muchos resaltan el enorme riesgo que tomamos y la muy difícil decisión de haber dejado nuestros trabajos, en los que ambos nos sentíamos completamente realizados y a los que nos entregábamos con dedicación y pasión; de habernos alejado de nuestras familias, de nuestros fantásticos amigos y de las considerables comodidades de las que gozábamos en nuestro país, el Perú. Después de todo ya no somos veinteañeros buscando un mejor futuro.

No obstante, para mí la decisión se dio muy naturalmente y sin demasiada dificultad, ya que tuve una gran escuela: la de mis padres.

Siempre recuerdo con gran exaltación el relato de mi padre contándome cómo se había enamorado perdidamente de mi madre quien había tenido que irse a vivir a Ibiza, España, para estar cerca a su hijo, mi hermano Sacha. Frente a esta situación mi padre, un joven músico y sonidista de cine, que no tenía grandes posesiones materiales, decidió vender su colchón y sus pocas pertenencias y partir a esa maravillosa isla mediterránea sin siquiera saber dónde vivía el amor de su vida. Hoy, varias décadas después de ese acontecimiento, aún siguen construyendo el viaje de su vida juntos.

Ese momento trascendental en la vida de mis padres fue mi inspiración para no dudar ni un segundo cuando estuve enfrentado a esta decisión. En realidad, ya la había tomado varios años antes, siete para ser exactos.

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Yo que siempre he creído profundamente en la fuerza de la conciencia individual creadora, me asombro frente a la naturalidad con la que estoy tan dispuesto a darlo todo por el otro. Pero esa es la fuerza del amor, transformadora y genial, que te saca de tu mundo y te fuerza a ver más allá. Ya en otras ocasiones tuve que tomar decisiones similares: cuando opté por descartar importantes ofertas laborales en Haití o en Francia, por ejemplo, para así apostar por nuestra vida juntos, para realizar nuestros sueños como pareja y proyectarnos, el uno junto al otro, en este viaje maravilloso que es el amor.

Aimeé contemplando el Sena, París, Octubre 2015. Juntos, potenciamos nuestros sueños.
Foto propia

Todas estas decisiones me han permitido conocer nuevas realidades que, de otra forma, no hubiese nunca siquiera imaginado.

Una de las más transformadoras experiencias se dio en octubre del 2015 cuando, por insistencia de mi esposa (¡me encanta su testarudez y su perseverancia!), reservamos con muchos meses de anticipación una mesa côté fenêtre en el Jules Verne, restaurante con estrella Michelin en el segundo piso de la Tour Eiffel a 125 metros de altura con una de las mejores vistas urbanas posibles en el mundo.

La cena coronaría el viaje más increíble que hemos hecho en nuestros siete años y medio de relación, en el que recorrimos por poco menos de un mes varias ciudades de Francia, Bélgica y Holanda.

Reflejo difuminado. Mesa y París en el Jules Verne
Foto propia, 19-10-15

Desde el momento mismo que reservamos esa mesa, estuve seguro que sería allí donde le pediría a la mujer de mi vida que se case conmigo, que compartamos eternamente este viaje inconmensurable de sensaciones y desprendimientos y que, flotando sobre París, sellemos nuestra historia de amor por todo lo alto.

Me preparé muchos meses para ese día, pensando muy bien en las palabras que diría y cómo la sorprendería. Fue la única vez que le conté nuestra historia, una que ella siempre había querido escuchar de mí y yo, esquivo, le mencionaba que ya llegaría ese momento.

Sentados viendo el Sena y el Arco del Triunfo iluminados, durante 4 horas me elevé hacia aquel elíxir en su estado más puro sonriendo por cada una de las etapas que nos había llevado allí. Minutos antes de la media noche, porque el anillo lleva grabada la fecha del compromiso, le pedí nervioso e ilusionado, que compartamos el resto de nuestra vida lado a lado. Que juntos combatiríamos las mareas de la existencia, nos sumergiríamos en los trances de la realidad y de la mano recobraríamos el aliento cuando todo pareciese perdido. Que entre los dos nos potenciaríamos el alma y nos daríamos alas para recorrer el universo y volveríamos siempre a nuestro hogar a enseñarnos el uno al otro cuánto habíamos aprendido, agradeciendo eternamente sentir nuestras respiraciones acompasadas acompañando el inicio de los sueños.

Juntos para siempre. La emoción trasciende la temporalidad.
Foto propia, París 19-10-15

De la torre, nuestra torre, bajamos embriagados por los vinos que acompañaron la cena, pero también embriagados de felicidad, de la vida, del futuro, de los sueños, del abrazo eterno de ese instante mágico.

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Para disfrutar del viaje del amor tienes que estar dispuesto a entregarlo todo, a desgarrarte de cuando en cuando, a reescribir la historia, tú historia. Lo más fuerte de todo es que no depende sólo de ti. Depende de cómo se combinen los ritmos de la vida y de que ambos estén dispuestos a seguirlos, de que los dos se entreguen a esa danza.

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Poco menos de un año después de ese fantástico episodio del libro de nuestras vida, sobrevino nuestra boda religiosa, en Santa Eulalia, mágico lugar de las montañas limeñas en el que se concentran las maravillosas vibras atemporales de nuestros seres más queridos.

Sellando nuestro amor. 24-09-16, Iglesia de Santa Eulalia, Lima – Perú.
Foto de Jamil Valle

Ese día quedé afónico por toda la felicidad que quería sacar de mis entrañas, esperando que el sonido de mi alegría resonara en el eco de esas áridas montañas por toda la eternidad.

Afónico. Too much hapiness. Santa Eulalia, fundo La Parca, 24-09-16
Foto de Jamil Valle.

Nuestras familias y amigos venidos de todas las partes del mundo confluyeron en ese otro capítulo cumbre de nuestra vida y hasta hoy siento sus sazonados abrazos y puedo cerrar los ojos y reir con todos ellos y volver a bailar con ella, con Aimeé, nuestra canción, Spend a Lifetime de Jamiroquai.

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Inmensidad y majestuosidad de los Ta Cenc Cliffs, mar de Gozo, Octubre 2016, Foto Propia

El viaje del amor es uno lleno de sorpresas, de acontecimientos inesperados y para sacarle el máximo provecho hay que estar dispuesto a zambullirse de lleno en él. Como cuando en nuestra luna de miel navegamos a los Ta Cenc Cliffs, en la fantástica isla maltesa de Gozo y en un soleado día de octubre nadamos alucinados en las aguas turquesas y cristalinas del mediterráneo frente a la inmensidad de la naturaleza, sólo ella, el mar, los acantilados, el horizonte y yo. Fue el día más feliz de mi vida.

Spend a Lifetime. Nuestra canción.