Impresiones del retorno a Lima 2019-2020

Lima es una ciudad a la que siempre me ha gustado volver. He vivido en ella en dos oportunidades de mi vida y por largos períodos (la primera de niño y la segunda casi un par de décadas después, ya adulto). El problema es que nunca he logrado sentirme realmente limeño. Quizás porque en mis años de corta infancia aún no había desarrollado la consciencia de la pertenencia y porque en mi segunda larga estadía ya la había desarrollado demasiado fuera de allí.

Lo que sí es cierto es que siempre he soñado con volver. Desde que hilábamos estrategias con mi tía Yvonne, para que mis padres me mandaran desde Costa Rica a pasar los veranos primero a la casa de Chacarilla de mis abuelos y luego a la entrañable casa de Barranco de mis tíos Yvonne y Pedro, hasta la vez que planeamos con mi tío Pedro en una triangulación Montreal-París-Barranco, una visita a escondidas cuando mis padres ya vivían en Lima y yo estaba estudiando en Poitiers, Francia.

Casa de Barranco de mis tíos Yvonne y Pedro donde pasé entrañables veranos. Foto de mis tíos.

Mis retornos a Lima han sido tan memorables que he construido recuerdos más vívidos aún que si yo hubiese vivido allí de corrido.

El mejor sentimiento es el de ver cómo las cosas evolucionaron en esa ciudad llena de energías, de historias y de misterios, desde inicios de los 90’ cuando me fui dejando una masa de concreto caótica, desordenada, sucia, a la merced de las enfermedades, de la violencia y de la pobreza, para ir reencontrándome siempre con una nueva cara, siempre cambiante, siempre “mejorada”, de mi ciudad natal.

Recuerdo perfectamente aquél día en que mi madre volvió de visita del Perú y nos contaba en la mesa del Café-Restaurante 1900, que mis padres llevaban con orgullo y mucho esfuerzo en Los Yoses, San José, Costa Rica, que en Lima los parques tenían flores y estaban bien cuidados. Mi padre y yo nos reíamos, incrédulos, de aquellas quimeras de mi madre. Daba la impresión que no hubiese salido de los jardines de la casa de mi abuelo donde se estaba quedando en aquella oportunidad. Pero mi madre insistía en su punto con una seriedad que dejaba entreverse entre sus mágicas carcajadas que siempre la han acompañado cuando cuenta una buena historia.

Cuando regresé a Lima, a los pocos meses, lo comprobé por mí mismo. Los parques estaban bien cuidados, efectivamente, y más que eso, los montículos de basura que se apilaban en cada esquina habían desaparecido. Algunas nuevas construcciones empezaban a erigirse dejando dibujarse un horizonte bastante poblado de grúas y camiones que llevaban los escombros a la costa verde, donde más adelante el material desechado permitió su expansión, seguramente con algún costo ambiental bastante elevado.

Foto tomada por mi amigo Ezequiel Galotti (IG @egalotti), a quien no le pedi permiso, pero sacó fabulosas fotos de Lima. Aquí se ve lo bien cuidados que están los parques en la ciudad de los Reyes.

Aún persistían los lanchones que iban desde Barranco hasta el Centro de Lima por la vía expresa, las combis y el comercio ambulatorio, pero los cambios se sentían, la gente empezaba a cambiar su forma de vestir, su forma de apropiarse de la ciudad.

Recuerdo también otro retorno en el que había novelería en el aire ya que Juan Sebastián y Patricia, muy amigos de la familia, acababan de comprarse un auto nuevo, un Peugeot del año si recuerdo bien, lo cual parecía algo completamente inaudito en una ciudad con un parque automotor de más de 20 años en promedio y en la que los robos y la inseguridad aún estaban a la orden del día. En ese viaje comencé a notar que Juan Sebastián y Patricia no eran los únicos “locos” y que ya algunos ciudadanos estaban permitiéndose ese lujo que en Costa Rica era más bien algo así como un imperativo social.

Todos esos cambios, incluyendo la destrucción de la casa de mis abuelos para construir un edificio de apartamentos, iban causando impactos fuertes en mi, que me ponían en vilo cada vez que volvía a Lima, expectante de cuáles serían las próximas mutaciones.

Esta vez no fue la excepción. Fui a pasar las fiestas navideñas con mis padres y a recibir el 2020. Apenas un año después de haber dejado Lima, regresé para encontrar varios cambios: sobre el tema vial, aunque no me lo vayan a creer mis amigos limeños, vi más orden. Quizás la introducción del pico y placa o la inauguración de algunas obras como el viaducto de la bajada Armendáriz a la playa hayan contribuido con mi percepción, pero no fui el único, ya que le hice notar a mi madre, por ejemplo, que la avenida Javier Prado, la más transitada del país, ya estaba libre de combis y rutas particulares y que éstas habían sido sustituidas por buses del corredor rojo (creo) de la Municipalidad de Lima. Esto era algo impensable algunos años atrás. Me da esperanzas también la creación de la Autoridad del Transporte Urbano que espero pueda seguir corrigiendo años de mala planificación aunque lo más importante será la educación cívica de los conductores y de los peatones.

Viaducto en la bajada de Armendáriz, recientemente inaugurado. Foto extraída de:
https://peru21.pe/lima/jorge-munoz-entrego-viaducto-armendariz-conecta-miraflores-barranco-nndc-486797-noticia/

También noté una disminución en la construcción y la consolidación de las edificaciones de viviendas y oficinas. La calle Las Begonias en San Isidro ha sabido transformarse bien en un centro empresarial moderno y la peatonalización de la callecita de atrás del centro comercial Las Ramblas en San Borja, le hace mucho bien a esa zona. De igual manera la masificación de los servicios de alquiler de bicicletas y scooters, al menos en Miraflores, permite una mejor movilización de los ciudadanos con alternativas reales al vehículo motorizado.

Centro empresarial de Las Begonias. Foto propia, Ene 2020.


Otro de los aspectos que me llamó la atención es que la escena gastronómica sigue vibrante y reinventándose y estoy convencido que Lima hoy se ha convertido en una de las mejores ciudades del mundo para salir a comer. Falta mejorar el servicio al comensal que a pesar de ser amable, muchas veces no es todo lo profesional que debería en lugares que cobran como para no tener faltas, pero el corazón todo lo perdona al sentir los sabores mágicos de la historia del Perú fusionados por la diversidad limeña.

Delicias gastronómicas en Jerónimo (Miraflores). Muchas gracias a mi amigo del alma André Morin por la invitación. Foto propia, Dic, 2019.

Otro gran cambio que yo vi venir, pero que ahora ya se ha asentado, es el de la presencia de la migración, algo que estuvo siempre ausente de Lima durante todos los años de mi vida, ya que las clásicas diásporas italiana, china y japonesa son más bien de años anteriores. La migración venezolana que ya está cerca al millón de personas en el Perú, muchos de los cuales han escogido Lima como punto de anclaje, refleja una salud económica del país que nadie puede negar ya que de lo contrario los migrantes no se quedarían allí y seguirían su rumbo hacia otros destinos. Como todas las migraciones anteriores, la venezolana influencia nuestra sociedad, nos enriquece y nos hace crecer.

Por otro lado, me molesta un poco que muchos limeños sean mezquinos con su tierra, que se quejen más de lo que aprecian sus bondades y lo puedo entender, porque uno siempre es susceptible a los problemas cotidianos, pero no podemos ser derrotistas y fatalistas y quedarnos en lo negativo, de lo contrario no podremos nunca disfrutar de todo lo que tiene la ciudad para ofrecernos. Entiendo perfectamente los problemas de Lima y del Perú y creo que son serios y que merecen atención, pero no me voy a detener aquí a mencionarlos ni a intentar proponer soluciones, porque ese es no es el propósito de un blog de viajes.

Mi propósito es comentar sobre la sensación de retorno, sobre la importancia de reconocer los cambios y las evoluciones y sus enseñanzas. La más importante de todas es que todo se transforma, nada es inmóvil, así que aprovechemos lo que tenemos ahora porque no sabemos si mañana va a estar allí.

Croquetas y tequeños con mi amiga de toda la vida Carolina Dawson en Popular (Larcomar). Foto propia, Dic, 2019.

Claramente yo soy un migrante en el alma, me gusta moverme, no puedo quedarme quieto en un solo lugar – y eso que lo he intentado – y sé que es más fácil ver lo bueno cuando uno está de paso, pero justamente esa mirada externa ayuda a relativizar la inmersión en la “realidad” de cada quien.

Ya sé que muchos me van a criticar por una visión miraflorina de Lima y van a querer señalarme que Lima es mucho más, que Lima es también los conos, el centro, Chorrillos y hasta el Callao. Yo lo sé, pero es inevitable comentar sobre lo que uno conoce, sobre la realidad que nos toca vivir y esta es la mía y es tan real como cualquier otra. Nadie puede negar que Miraflores está allí y que es un distrito lleno de vida, movimiento cultural y gastronómico y que tiene maravillosos espacios públicos que disfrutan muchísimos limeños sin importar de donde vengan.

Escribo estas líneas desde París, a escasos metros del Sena y del Pont Neuf y no puedo dejar de pensar en cuánto daría por dar cuatro pasos y comerme un buen lomo saltado o un apanado con tallarines a la huancaína.

Atardeceres de verano de Lima… simplemente maravillosos… Foto propia, Dic 2019.

Lima… ya volveré… y sé que la Lima que vi hasta antes de ayer, y la Lima que vi todas las veces que volví nunca más la volveré a ver y que muchas sorpresas me esperan al voltear la página. Keep them coming!

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